Soy la palabra que no espera
el ruido que hace hablar a tu silencio
el nudo de la cinta de tu pelo
la mirada que quiere subir a tu marea

El canto de esperanza en el asfalto
los dedos torpes que sueñan con tu espalda
las amarras de un barco encallado
el asesino sin culpa ni redada

Desde mi ventana

Desde mi ventana

lunes, 1 de junio de 2009

Camas vacías - 1era parte

1


¿Dónde estoy? No recuerdo haber estado aquí. No tengo ni la más puta idea de cómo llegué. ¿Qué es este lugar?

Y esa sombra a lo lejos, me esta dejando ciego de tanto que ilumina.

¿Fui seleccionado como juez para un casting de modelos? ¿quién es? ¿por qué no habla?
Dios, y se acerca con ese vestido, el mismo que… con esos brazos pequeños y desnudos (¿Cómo sabe que me gustan sus brazos?), el escote pronunciado (eso lo sabe cualquiera, ahí no le doy mucho mérito), las piernas exquisitas (cualquier persona con medio ojo sabria admirarlas), los ojos brillando, los labios dulces que hablan sin abrir la boca.
Se acerca cada vez más, esto me pone nervioso.

Despierta…

No, no quiero despertar, quiero mirarte, por dios! ¿Por qué no puedo mover un dedo? Dios mio, ayúdame. Estoy paralizado ¿Quién sos?
¿Acaso no me reconoces? Qué mala memoria chico.
No puede ser, no podés haber vuelto.
Sí puedo. Nunca me fui. No de tu mente. Ven
Qué tortura, no puedo moverme.

No, no, se esfuma, no puede ser, ¡no! Vuelve, no, por dios, ¡no!




Al fin despiertas Francisco
¿Qué? ¿quién es usted? ¿Dónde estoy?
Estás en un hospital, tuviste un accidente. Pero te curaré. Soy Lucía, tu enfermera
No recuerdo nada
Ya recordarás. Por cierto, ¿quién es Mariela? No dejabas de nombrarla
No, no puede ser… no
¿Qué?
¿Hablás en español también?
Es mi idioma, ¿Qué pasa?
¿Me podés dormir otra vez por favor?





2


- Dra.Jerez, venga por favor
-Sí, ¿qué sucede?
-Tenemos algo que puede interesarle. Es un caso particular que llegó
- ¿Qué tiene?
- Por eso la estoy llamando. No lo sabemos. Un paciente joven, con plena actividad durante el sueño. No tiene actitudes sonámbulas, pero sí produce casi monólogos mientras duerme. Es como si hablara despierto.
- No le veo la particularidad. No hay nada de raro en eso.
- Bien, verás que la tiene. Llegó hace una semana, con insuficiencia cardíaca y con lesión intracraneal y convulsiones. El único testigo de esto es un compañero de él, quizás deberías hablarle.
- Ese hombre, ¿es ese? ¿el que está sentado fuera?
- Sí. Pero viene del mismo lugar que tu amigo, asi que será difícil
- ¿Mi amigo?
- Pronto lo será. Necesitamos que te encargues de él. Actúa como si estuviera en coma pero no lo está.
- Lo he visto. Ayer despertó.
- Sí. Eso me dijo el Dr. Hernández. Y por favor, revisa bien su historia clínica.
- De acuerdo
- Y otra cosa: solo decile que sos su enfermera. No develes tu profesión anterior.
- ¿Por qué?
- Menos pregunta Dios…
- Si me tengo que encargar de él, al menos debo saber por qué y para qué, ¿no?
- Te falta encabezar un motín proletario aquí y cartón lleno. No hay testigos para este caso, recuerda que los pacientes psiquiátricos no tienen voz ni voto en un juicio. Con lo cual este hombre tiene que sobrevivir y tenemos que averiguar qué tiene sin que sepa que estarás usando su caso como parte de un proyecto de investigación personal. Y no nos tomes por tontos, que hay cámaras en todos lados, monitores y altavoces.
- Esto no quedará así
- Ah , ¿no?
- Tengo que ponerme a trabajar. ¿Dr.Hernandez? Por favor, mande al paciente de la sala 4 a rayos. Avíseme cuando estén los resultados. También una tomografía del cráneo, verifica lesiones, posibles tumores y vigila su ritmo de sueño en estos minutos.


Lucía aprovecho el pequeño descanso para salir a fumar. Golpeaba el calor en sus espaldas, cansadas de tanto marchar. Cerraba los ojos pensando en las manos de Ricardo en aquella noche de hotel. Las mismas que dejaron vacías las suyas. Pero se regodeaba en el placer sin promesas vanas, que hoy estaba dando sus frutos. Al menos podía fugarse allí cuando quisiera. Como una suerte de refugio de guerra. Por ahora, esas manos eran su bunker. Sólo que ahora era sólo para ella, porque Ricardo hacía 2 años que había desaparecido.

Cuánto esfuerzo para quedar atrapada ahí, entre la ciencia y la moral. El tono de la directora, la Dra. Pedraza, no hacía pensar un futuro fácil en ese lugar.

Exhalando la última bocanada del cigarrillo fumado a pitadas cortas como acostumbra, entre recuerdos y caricias, sinsabores y nostalgias, moral y obligación, volvió a la sala 4, sabiendo que en algún momento jugaría las cartas que tenía en la mano.



3


La veo como si estuviera en aquel espejo. Hace tiempo perdí la costumbre de preguntarme por la veracidad de las cosas y dejar que la razón se vaya por la puerta de emergencia, aún sabiendo que algún dia volvería a hacer reproches. Pero está ahí, ¿quién puede negármelo?
Hay una presencia que el prójimo nunca sabrá apreciar.
Es esa en la cual la comunión resulta ininteligible al ojo ajeno. Y también hace tiempo que empecé a dejar de pensar en eso. Me guío (que me perdonen los idealistas) por la vista metódica.

Por eso no me escandalicé al verla en aquel espejo enfrente mío, observandome sin exigencias. Y el tiempo se esfumaba, se perdía en la profundidad de un mar que atravesaba con una calma, de esas que siente un niño cuando una madre lo sostiene en el agua, enseñándole que puede. Una mirada que sólo está para eso. Y los ojos le brillan como a una novia a punto de dar el sí, y en la comisura se le juntan un labio y el otro, como el de un río calmo en un atardecer rozándose con el horizonte, como si lo acariciara con un beso matutino del mejor amante, de esos que ofrecen desayunos y caricias en un amanecer sin tiempo ni espacio, sin prisa ni desvelo.

Habla como si las palabras fueran lo que son. Palabras. Cartas marcadas en un naipe sincero que sólo se juega en la última bola dictada por el croupier ante la atenta mirada del jugador, encandilado por el brillo, que esta vez no es de metal, sino de luz. O quizás de sombra. Porque cierro los ojos y da lo mismo. La misma luz que encendió desde que apareció en el espejo me sigue dando cosquillas en la retina, como si estuviera a pleno sol en la propia Mar del Plata, y su voz vuelve a sonar, como una locución radial que suena sólo para mi, en una suerte de privilegio que me otorgaron para abandonar este lugar un rato antes de lo pensado, quizás en la última curva antes de estrellar otra vez este cuerpo dormido en un sueño imposible.
Y vuelve a sonar, pronuncia mi nombre, sonríe tímida y hermosa ante mis respuestas imaginarias y se sonroja como una niña que nunca ha conocido la mirada calma y sincera que supone el sentimiento de estar vivo para contarlo. Para contarlo todo. Como si hubiera algo más para hacer. ¿Qué importa si San Pedro abre la puerta, si uno inunda el camino hacia él con mentiras de piedra? Entiende muy rápido la respuesta a esta pregunta, y cuenta uno a uno sus naufragios, tan parecidos a los míos. Me dice que hace rato aprendió que no importa la marea, sino los remos. Y me acerca uno pequeño, casi de juguete y lo coloca en la palma de mi mano, y me enseña la técnica de rescate para salir, directo hacia el horizonte, en el mismo donde se juntaban las manos de los amantes.

Ahora se va, no sé a dónde. Vienen otra vez los pequeños locos vestidos de blanco a hacerme más análisis.
Y yo preguntándome si algún día se nos acabará la siesta




4


¿Hasta cuándo seguiré viviendo solo? Hace 5 años ya que murió Isabel, y todavía sigo estancado aquí, en el mismo hospital, con el mismo trabajo rutinario, la misma casa, vacía, llena de recuerdos, que se aparecen implacables. Sin embargo se ha ido el aroma, uno de los resquicios más primitivos de la etapa más feliz de mi vida. Ya no está. A pesar de abrir las ventanas para intentar oler el perfume de Isabel, ni con el mayor esfuerzo logro que vuelva. Solo a veces, cuando huelo su perfume en otra mujer.
Mañana moveré los muebles y compraré otros. No puedo seguir así.
La puta madre, son las 8 ya, y todavía no me afeité. Siempre todo a las apuradas, ¿a quién se le ocurre la vida urbana?
Encima hoy tengo que ver otra vez a Pedraza, maldita perra insoportable. Qué mundo pequeño, Francisco está internado ahí. Todavía recuerdo las tardes de mate en su casa y los asados de algunos domingos de fin de año. Buen pibe. A ver si me hago un rato para charlar, porque parece que no anda muy bien, y ni siquiera conciente. Hablaré con Lucía, a ver qué me dice. Lucía, qué linda que es Lucía.

Encima llueve, parece mentira. Tendré que llamar un taxi, que nunca vienen. Encima con este quilombo de que los cambiaron de carril, por dios.

-Hasta el hospital por favor


Me pregunto cómo harán los taxistas para vivir hablando estupideces 14 horas por día. Pero bien que se deben divertir con las minas. Más en avenida.

-Son $14 con 80

Dios mio, 15 mangos por un viaje de mierda. Y el gobierno dice que no hay inflación.
Mierda, son 8.30 ya.

-Martin, Martín
- Lucía, ¿cómo estás?
- Bien, ¿apurado?
- Si, se me hizo tarde
- Me pidió Pedraza que te avise que vayas directamente a Rayos, a ver si ves algo diferente.
- Ok. ¿No la ves media rara?
- ¿Rara? Medio hija de puta la veo
- Me alegra coincidir. Che, ¿hacés algo después?
- No sé, de momento no
- ¿Querés ir a cenar?

Se ve que me pasé con la mirada. Y es mujer, asíque seguro que se dio cuenta hace 3 meses ya. Y eso que traté de ser espontaneo.

-Mirá, no es nada personal, pero preferiría que no
-Pero no te persigas, tomalo como algo normal, entre amigos
-Sabés muy bien que no es así. Perdoname pero no puedo
- ¿Qué perdés? Date media oportunidad
- También sabés que Ricardo me sigue haciendo cosquillas
- Está bien.
- Me halaga, de verdad, pero te juro que no me sale. No es tu culpa.
- Ok. Te veo después
- No te vayas asi, Martín
- No pasa nada

¿Porqué siempre así? ¿Hasta cuándo va a esperar a ese hijo de puta? Es increíble. Todavía no lo entiendo. Ya tengo otro motivo para buscarlo a Francisco, que siempre tiene palabras para todo. Y encima ahora con Pedraza, ¡qué bien que arrancamos el día!





5



Con luna menguante entrando por el ventanal de su habitación, la humedad de la almohada con su bendito reposo en su cama matrimonial ya sin matrimonio, el pelo castaño largo y oscuro a medio arreglar y el primer jersey que encontró, amaneció Lucía a las 4 de la mañana. Evitó como siempre la ducha matutina para no perder tiempo. Apenas un vaso de leche como en sus viejos tiempos y un naipe bajo la manga, la mirada firme y el paso seguro hacia la puerta. Tomó el primer taxi que encontró y se marchó al hospital.

Después de tantos años lo conocía de memoria, pero jamás había entrado de esa forma. Le produjo cierto estupor la redada que tenía en mente, pero sabía que era inevitable.

Poco le costó entrometerse en los pasillos que conocía ciegamente desde sus tiempos de vacas flacas donde tuvo que pasar allí varias noches mientras pasaba los días pateando, buscando departamento. Atravesó medio hospital y todavía no encontraba la maldita puerta.
Al llegar por fin a la puerta de control encontró el primer obstáculo: puerta con candado.
Marchó hasta el último rincón para deshabilitar la luz. Volvió y rompió con la mano a duras penas el vidrio buscando el martillo de emergencia. Después de largos minutos logró darle con precisión al candado y abrió la puerta.

Buscó con su linterna los interruptores, buscando las conexiones para desactivarlas.
Pedraza no le había mentido, allí estaba todo: videos enteros de sus movimientos en el hospital, las charlas con Martín, con Francisco, fotos de un encuentro casual con Lorenzo en el ascensor, expedientes con su historial en el hospital, datos familiares y una infinidad de datos que le erizaron la piel color mate. Hijos de puta, susurró para sí misma. Pasando la otra puerta, un enorme salón con máquinas, pantallas, aparatos de audio y decenas de botones con cámaras que iban desde el quirófano hasta los baños.

Se sintió violada, asqueada, con náuseas. Tuvo que contener sus puños para no golpear todo el control de mando y sus ganas de llorar de la impotencia incontenible. A cambio de eso usó su pinza y desconecto cada cable, cada micrófono y ralló la pantalla principal.

De repente la luz de la otra sala se encendió.

Al llegar al interruptor para encender, oyó la maldita voz:

-Para ser detective, tengo que reconocer que sos buena doctora

-¿Pedraza? ¡Hija de puta!

-Qué vocabulario. Quedáte quieta ahí. ¿Te pensaste que no te íbamos a encontrar? Desde ya que las vas a pagar. O quizás la pague otro. ¿Martín? ¿Francisco? ¿Ricardo?

-¿Cómo sabés de Ricardo? ¿quién carajo son ustedes?

-Menos pregunta Dios… te vamos a estar vigilando, con o sin esto.

Con más furia que razón, tomó la navaja del bolsillo de atrás y en la oscuridad desgarró algo que parecía ser el vientre de Pedraza.

-Fijate cuánto me podés mirar antes de desangrarte. Quédate con la navaja y las huellas, no hay problema.

Al cruzar corriendo la puerta ya se sentía pungida y arrepentida. Nunca en su vida pensó hacer semejante cosa. Literalmente se le había ido la mano, y había tapado un agujero para hacer otro. En el estómago de Pedraza y en su propia vida. No tardaría en aparecer la policía, ni los médicos de primera hora, ni sabía hasta dónde podía llegar el poder de Pedraza y sus secuaces. De una manera u otra, no le quedaban muchos días en ese hospital.

Corrió hasta el bar enfrente de la plaza, y esperó hasta el amanecer. Tomo más de un litro de café y fumó 10 cigarrillos hasta que se hizo la hora de entrar nuevamente al hospital, esta vez a trabajar.
El corazón empezó a correr y derrapar al ver la primera plana del diario:

Milagrosamente, la Dra.Pedraza sobrevive a feroz intento de asesinato





6

¿Dónde estoy? Otra vez veo poco. Ah, sí, aquí otra vez. ¿Cuándo me podré mover? No veo la hora. Comiendo papilla y tomando agua no voy a durar mucho. Ni fumar se puede. Tendré que pedirle que me ponga la tele, así aunque sea me entero de algo. O buscar a alguien que me lea. Ahí viene, siempre con esa cara buena


-Buen día Francisco, ¿cómo andamos hoy?
-Igual que ayer, pero bien, Lucía, gracias.
-Ya sabes mi nombre.
-Tenemos amigos en común, Martín viene de vez en cuando a verme y te nombra
-Ay, es un idiota
-No es un idiota, le gustás
-¿Y cuál es la diferencia?
-Jaja, ay, no me hagas reir que me duele. A veces parece lo mismo, es cierto
-El otro día me quiso invitar a salir, es un pesado. Encima no deja de mirarme el culo
-Bueno, por lo menos tiene buena vista. No lo culpo.
-Si por lo menos tuviera tu delicadeza para decirlo
-Bueno, si no me puedo mover mejor que vaya ejercitando la palabra
-Así es.
-¿Quién es Mariela? El otro día la nombrabas dormido
-Uy, que historia larga. Era mi novia.
-¿Se murió?
-No, pero tuvo algunos problemas legales y se mudó a Madrid, después de dejarme.
-¿Qué le pasó?
-No sé, un dia tuve que irme una semana a hacer unos estudios fuera. Volví un día antes de lo previsto y estaba en mi cama con otro. Mayor. Se ve que necesitaba algo de experiencia.
-¿Y seguis mal?
- Y sí. Pero bueno, me acostumbré un poco ya.
-Igual parece que es ese tipo el que tuvo problemas, por eso se mudaron a Madrid creo, y no supe más nada, ni quise saber. Hice todo lo posible pero nunca quiso volver conmigo. Ni siquiera logré muchas explicaciones, y cuando las tenía no me convencían demasiado. Y sus amigos tampoco me decian nada, es mas: la justificaban
-¿Y vos nunca le hiciste algo asi?
-¿Serle infiel? Salvo que soñarla lo sea, no.
-Sos fiel, sentimental, joven y delicado. Cuando salgas de acá tendrás un haren.
-Jaja, lo dudo. No funciona mucho eso.
-¿No?
-No, ustedes dicen eso pero prefieren a los hijos de puta a veces. Debe ser atractivo salir con un delincuente
-No es mi caso, pero entiendo lo que decís. Pero viste, la razón y el corazón se pelean bastante
-Ya veo, sí. ¿Y vos? No sos enfermera, ¿No?
-Maldito joven, ¿cómo sabes?
-Observación Lucía. Las enfermeras andan con las enfermeras, y vos andás por los pasillos hablando con
autoridades y tomando decisiones. No es muy difícil.
-Ok, touché. No soy enfermera, o sí, pero me dedico sobre todo a hacer investigaciones.
-¿De qué tipo?
- De casos excepcionales que no se pueden resolver
-Interesante: el poder del conocimiento
-Cómo sos eh, no se te escapa una
-Creeme que se me escapan unas cuantas. Mira mi ex
-Jaja. Otro punto: sentido del humor
-Bueno, vamos iguales por ahora. Salvo que me ganás por experiencia
-¿Vejez, querés decir?
-No, por favor, cómo se te ocurre. Podrías ser mi madre, pero eso no es ser vieja
-No soy tu madre, por suerte
-Mira qué interesantes palabras. ¿Me podés poner la tele?
-¿No querés hablar?
-Cuando te vayas digo. Y sí, menos mal que no sos mi madre.
-Interesantes palabras. ¿Siempre seducís enfermeras, jovencito?
-Sólo las que son lindas, buenas, atentas, con sentido del humor, honestas y perspicaces.
-Más que halagada, gracias. ¿Sabes guardar secretos?
-Una de mis especialidades
-Bien. ¿Viste los tipos con los que hablo en los pasillos? Son gente jodida Francisco. Están involucrados en cosas más grandes que mejor ni nombrarte por ahora. Pero quieren que te use casi de experimento. Por la forma en que esa bala te pegó es milagroso que estés vivo. Pero estás inmovilizado a la fuerza. Me piden que te inyecte cosas para ver algunas reacciones. Desde ya que es totalmente ilegal. No lo hice ni quiero hacerlo. Hice lo siguiente: dejé los medicamentos con su etiqueta y vacié el contenido. Sólo tenés alimento en suero y algunos analgésicos, pero nada raro. Y te pido que confíes en mí. La gente de acá en la que podés confiar ya les hice un código: te guiñarán el ojo como saludo al hablarte. Así que si te guiña el ojo la enfermera del sector B no te ilusiones.
-De acuerdo. No me dejás nada tranquilo. ¿Cómo se que no vendrá nadie a hacerlo por vos?
-Porque los contraté yo. Están infiltrados y puse un par de guardias nocturnos. Y pronto te sacaré de acá. No hables esto con nadie que no sea los que te dije, ¿está bien? Ni siquiera con Martín
-Martín, ¿está con ellos?
-No lo sé, pero no me fío mucho. Está al tanto de algunas cosas (viste cómo son los pasillos) pero no sé.
-Bueno, ya tengo algo en qué pensar al menos. No me voy a aburrir.
-Quedate tranquilo, te vamos a cuidar. Y pronto saldrás de acá y formarás tu haren, ¿ok?
-Jaja. Eso espero. Pero siempre fui monógamo
-Mejor entonces. Pero tranquilo.
-Bueno, ¿me ponés la tele?
-Sí, claro
-Espera, Lucía , mira: intentaron matar a Pedraza





7

-¿Listo para una fiesta?
-Uf, estoy en pleno carnaval, me falta pintarme nomás
-Tranquilo che, ya vas a salir. ¿Cómo va?
-Acá andamos, tratando de llevarla. Pero bien, ayer vinieron varios a saludar, a traer regalos y esas cosas. El milagro de las tradiciones. Lo más triste es que los tenían que abrir ellos. Igual hoy ya puedo mover las piernas, no es poco. ¿Y vos che?
-Bien, me hice un rato después del laburo para pasar. De paso la veo a Lucía
-¿Cómo vas con eso?
-Difícil. Me vuelve loco, pero no hay caso.
-El problema es que se nota desde acá. Y no que se note, sino cómo se nota
-La mirada… entiendo. Pero está buenísima, ese culo…
-Sí, derrite el hielo de las copas, pero es una persona. Una gran persona y una gran mujer. Tratala como tal.
-¿Te gusta?
-¿Lucía? No sé. No me lo planteé así nunca. ¿Qué tiene que ver? Digamos que ando con algo de shock todavía por todo lo que pasó. No te voy a negar nada, pero aunque me fuera indiferente te diría lo mismo. Y sí, me aliviana mucho el día dándome charla. Y aunque no seas muy amigo de las palabras, ella parece que sí.
-¿Te la quisiste levantar ya?
-Uy Martín, sos un troglodita viejo. Estoy cansado, aburrido, inmóvil, y me venís con esto. Querés estar con ella, anda y hacé lo que te parezca. Yo creo que te estás equivocando de método, realmente.
-¿Y entonces? ¿qué hago?
-¿Tengo cara de Cupido? No sé qué decirte. De momento deja de babearte y tratá de mirarla a los ojos de vez en cuando, y partí de la base de que lo que hagas, se va a dar cuenta. En mi escasa experiencia aprendí que eso de que son más inteligentes, no está del todo errado. Así que mejor irle de frente.
-Eso hice
-Bueno, hay formas y formas. No hay una fórmula, y yo no soy el más indicado, ya te digo.
-¿No me querés ayudar, o me parece a mí?
-Creo que vos no te querés ayudar mucho a vos mismo.
-¿Cómo hacés?
-¿Para qué?
-No importa. Te dejo, que ahí viene. Otro día me paso. Gracias.



- Hola Lucía, ¿cómo estás? ¡Qué pesado que es, por dios! Nunca lo vi así. Dale media chance o mandalo lejos, porque está desesperado.
- Ya veo sí, no me importa mucho tampoco. No me gusta y me aburre. No te preocupes. ¿Cómo estás hoy?
- Bien. Me siento mejor.
- Vas a mejorar, estás en buenas manos. Si no es en las mías, alguien te va a cuidar.
- Bueno, tus manos son tus manos. No las subestimes por favor.
- ¿Ya empezamos?
- Es la Navidad que me pone cariñoso
- Todo el año es carnaval entonces para vos
- Jaja, ay, algo así. Ya te dije que no me hicieras reír, que me duele
- Ya te dije que no me seduzcas, que me gusta
- No prometo lo que no sé si voy a poder cumplir
- De acuerdo.. Por cierto, te llegó una postal desde Madrid
- ¿Es una joda?
- No. Acá está.
- Está bien. Después la leo. Voy a dormir un poco ahora.
- Bueno, cualquier cosa me avisas
- Sí. Gracias.
-

Esta vez parece que no mentí tan mal. No quiero dormir. Sólo quiero cerrar los ojos y pensar por qué no le dije a Martín que realmente me gustaba Lucía. Y no tengo ganas de bancármelo en un ataque de celos. Pero, ¿qué explicaciones le tengo que dar a él? Pero me gusta, me atrae. Me gusta como camina, como si la estuvieran observando para una producción, y a la vez desviando la mirada, como si su paso trascendiera cualquier opinión sobre ella misma, con la seguridad y la convicción de un soldado en plena guerra dispuesto a luchar contra cualquier enemigo. Y vaya si los tiene. O las apariencias engañan, o la justicia se retiró definitivamente del mercado. O ambas. Me encanta cómo habla, con el tono firme, delicado, seguro, con ese tono particularmente poco agudo para la femineidad que desprende de cada poro de esa piel color mate, que más de una mujer de veinticinco miraría con recelo. Y podría ser mi madre. Pero no lo es.Me encanta el tacto de esas manos, que ojalá me tuvieran que cambiar de ropa una vez por hora; recorren, parecen haber sido inventadas para eso. Se hunden en cada centímetro de piel y dejan el rastro inevitable, como una paloma con alas húmedas, dejando ese surco camino de un nido a otro. Y contra todo pronóstico no me importa a cuántos nidos hayan volado ni cuantos cuerpos como este hayan recorrido, intencional o casualmente, sólo me importa el aroma de esta habitación aburrida que se transforma cada vez que la punta de su pelo pasa por esa puerta. Y su silueta, discreta, sencilla, normal, casi imperceptible, pero encantadora. Y el swing de sus nalgas cada vez que se marcha, cada vez con mayor descaro , casi una broma cómplice propia de una confidencialidad tácita entre médico y paciente. Y menos mal que no es mi madre, y menos mal que me protege como si lo fuera, yo que sé qué sería de mí sino. Y por qué mentiría, por qué no confiar, si nunca supe hacer otra cosa. Me han clavado más de un puñal, literal y metafóricamente. Más de una bala ha pasado por este pecho, y sin embargo sigo aquí. Vivo, que no es poco. Algún día me despertaré, saldré de aquí y haré cuentas, balances. Han pasado meses ya y no tuve tiempo ni de sufrir. Y menos mal que no preguntó el nombre del tipo que me disparó, del tipo que penetraba con ahínco a Mariela cuando entré en esa encantadora y ya maldita habitación.

Lo hubiera matado yo a él, y casi me mata él a mí, el hijo de puta de Ricardo.
Si Lucía supiera, quizás hasta mata a Mariela también. O no. Quizás sea verdad y no quiso matar a nadie. Qué mundo pequeño. No me van a ganar igual. No pienso creer en milagros, ni destinos, ni causalidades casuales que causan causas que ya estaban escritas, casualmente. Haré como en el cine, me creeré todo lo que sucede y me dejaré llevar. Peor no estaré nunca, sólo me queda mejorar. Me dejaré llevar.
Si me pudiera llevar a cualquier lado, si me pudiera mover, creo que mis hormonas me hubieran derrotado y la hubiera acariciado. Una pena que los ojos no se puedan acariciar, porque su mirada bien lo merece. Cuando sonríe con discreción (¿por qué es tan discreta para todo?) más aún. Cuando pregunta con esa delicadeza antes de hacer algo, cuando se inclina para limpiar con alcohol las heridas, cuando, cuando, y cuando.

¿Cuándo le diré todo esto?

Quizás tenga que buscar la llave inglesa de sus manos. Imprimir su combinación de 84 dígitos en un papel, y luego pasarla a mis manos. Aprenderla de memoria, con la mente, con las manos y cada rincón de este cuerpo malherido, o mejor dicho bien herido aunque con mala puntería, con cada latido de este corazón que canta hasta morir, y el día menos pensado y mejor acariciado obtendré algo.
Arriesgo.

Había olvidado el maravilloso cosquilleo. El vértigo de la mirada perfecta. El corazón debilitado de menos, el alma pidiendo permiso para entrar por la ventana. ¿O me abrirá la puerta? Por las dudas voy encendiendo el interruptor





8



Serían las 3 de la mañana. Como en un cuadro, el blanco de su ropa interior contrastaba con el negro de la noche.

-¿Qué hacés?, preguntaba Francisco a Lucía, quien le quitaba la ropa y desconectaba el suero
-Te quito la medicación, para que puedas tocarme
-Pero…
-No te preocupes, no hay nadie


Con la misma calma que pronunció esas palabras, Lucía prosiguió a desnudarse, ante la atenta y dulce mirada de Francisco, todavía un tanto desvelado ante semejante revelación; calmo ante la seguridad de Lucía para cualquier movimiento, perplejo ante la altura y la belleza imponente de Lucía desde sus pies hasta su pelo. Sonrió al mirar tres lunares en línea en el lado izquierdo de su espalda, como si fuera un barquito de batalla naval.

Harto de su propia pasividad, sorprendido de su nuevo estado motriz, se enderezó en la camilla para poner primera en la marcha de sus caricias. Con el cuerpo de ella hacia abajo, su lengua recorría su espalda suavemente, mientras sus manos se perdían en el reverso del cuerpo de Lucía , que cerraba los ojos; su lengua llegaba a su cintura y sus manos al portento de culo de la muchacha, que esta vez no tenía swing, pero sí forma. Y luego bajaban a sus muslos, y luego volvían a subir por su espalda, hacia sus hombros, con corcheas y semicorcheas de besos mientras su lengua recorría esa espalda, siempre pareja, como un fondo de piano en una melodía apacible, crecientemente dramática. Y otra vez el acompañamiento, la segunda voz: sus manos, que ahora recorrían su viente delicadamente y bailaban al compás de las caderas de Lucía, rodeaban su ombligo, subían y bajaban al compás de la lengua por la espalda formando un coro peculiar. El color de sus manos contrastaba con el blanco espuma de las bragas de Lucía, y sus dedos rozaban su vello sobre la ropa, las piernas se abrían y se erizaban, los brazos solo se abrían; la boca de Lucía emitía un suspiro de paz, calmo y esperado, que de a ratos desesperaba.

Ahora Lucía harta de su pasividad, se quitaba las bragas de espaldas, y arrodillada frente a Francisco movía su cuerpo hasta quedar completamente desnuda. Ninguno rompía el pacto tácito de silencio iniciado minutos atrás. Apenas miradas de deseo, ternura y pasión envueltas en el fuego de la noche que para ellos recién comenzaba. Lucía ahora se ponía casi de pie sobre la camilla, y con sus piernas abiertas bajaba con su sexo hacia la boca de Francisco, quien perdía su mirada en la humedad del mismo. Y ahora perdía su lengua, y el cuerpo de Lucía se movía como una bailarina en la oscuridad, con su tez color mate, los labios humedos y los labios más húmedos, el cuerpo ardiente y tambaleante sobre la cara de su amante, las manos en el pecho y la luz de la ventana izquierda alumbrando la mirada y el tacto de sus cuerpos.

Al borde de un espasmo, Lucía levantó su cuerpo y acostó su boca sobre el cuerpo del muchacho, cuya piel empezaba a erizarse ante la sabia boca de su enfermera, confidente, amante; las manos de Lucía se perdían en el cuerpo de Francisco que seguía los movimientos con su mirada, algo difícil, puesto que las manos de Lucía no tocaban: recorrían. Como pequeños peces en el agua las manos se deslizaban una y otra vez sobre ese cuerpo joven que Lucía adoraba sin pronunciarlo, incluso cada mañana que lo veía abstenía sus comentarios. Pero ahora no. Ahora no se abstenía de nada. Autoproclamó en esa cama la ley húmeda y prosiguió a cumplirla a rajatabla.
Al rato Francisco tuvo que inventar un nuevo vocabulario con sus ojos, que Lucía interpretó perfectamente (quizás porque estaba deseando lo mismo) y apoyo su entrepierna ahora sobre el sexo de su amante. Quizás el vidrio de la ventana izquierda tuvo algún rasguño ante el coro a dos voces que en ese preciso instante arrancó en un baritono curioso. Y así siguió. Esas voces eran las únicas permitidas. Se habían prohibido hablar, pero no emitir sonido. Por tanto se abusaba del segundo siempre que el cuerpo y el placer así lo pidieran.

Y así, entre susurros, caricias, gemidos y lágrimas en los hombros de Lucía, emocionada con el tacto inapelablemente dulce y eficaz de su paciente amante, llegó la hora del suspiro en el hombro contrario, las manos juntándose para pronunciar un inpronunciable te quiero, con el cuerpo tibio y cansado, con el alma llena y los ojos cerrados .

Sólo un rato después Lucía se marchó ante la mirada de Francisco, quizás un tanto nostálgico de su partida hasta dentro de unas horas, quizás comprensivo y agradecido por la grata sorpresa de su enfermera.

Quiso saludarla diciéndole hasta luego, pero le regaló en cambio un beso y una sonrisa a flor de piel, mientras ella volvía a conectar su medicación.




9

Francisco miraba por la ventana, acariciaba su rostro intentando emular las manos de Lucía unas noches atrás. Pero no lo conseguía. El rastro de las manos de mujer le resultaba insustituible. Quizás porque aquellas manos se habían mecido allí con un encanto que no le resultaba ni familiar ni cercano. Como si la hubiera traído el viento para recordarle que la carne podía estar herida, pero siempre viva. Y tanto. No dejaba de sorprenderse de la manera en que esa enfermera había leído sus pensamientos, como si se hubiera sumergido en su mente y hubiera recopilado cada retazo de sus relatos mentales para luego satisfacerlos, uno por uno, como si en ello se le fuera el destino y la vida se apagara si las caricias no alimentaban lo suficiente el corazón marchito por un puñal sentimental y otro de metal. La tarde gris, la falta de personal por la fecha del nuevo año entrante y las sábanas a medio cubrir ese cuerpo joven, invitaban a una reflexión, o al menos a un recuerdo grato, puesto que por alguna disposición burocrática ni siquiera tenía sus libros a mano. Contempló con cierto alivio que al menos podía moverse, con algo de dolor , cierto, pero podía moverse. Y sentir, y palpar. Se sorprendía cual niño que acaricia por primera vez la piel de un perro doméstico, sonriente y anonadado de una sensación que hacía rato se le había ido de la mente. Y no hacía más que cerrar los ojos y mirar la espalda de Lucía, las manos expertas en ese recorrido incesante por su piel suave y expectante, por esa mirada traslúcida que no necesitaba de palabras. La enseñanza y aprendizaje mutuo del movimiento de los amantes entregados a ese acto único que supone amar un cuerpo ajeno. Porque para Francisco había sido único. No le alcanzaba la vista y las manos para corresponderse con la mezcla de pasión y ternura que recorría su interior ante cada suspiro de esa muchacha que se entregaba como una niña a sus brazos (que Lucía no dejaba de apreciar) y transmitía la calma de unas olas mansas en un atardecer de enero. En eso pensaba cuando el cansancio vespertino lo sumió en el sueño.


Lucía miraba por la ventana de su casita del barrio de Flores. Flores, las mismas que sentía en su pecho cada vez que recordaba la yema de los dedos de Francisco sobre su cuerpo, el paseo de su lengua por cada rincón de sus rincones, la certeza cierta y concreta de que la fragilidad del cuerpo está permitido sobre los brazos ajenos, cuando éstos sujetan con la pericia y caricia necesaria. Y Francisco la había tenido. Pensó preguntarle si estudiaba química, porque no se entendía a su parecer como se conocía cada fórmula de la cama sin haber tenido años para sumar cariño con tacto. Se preguntaba por qué Ricardo no había tenido nunca esa delicadeza, por qué un cuerpo tan joven la había zambullido en ese éxtasis interminable que hubiera deseado fuera eterno en esa camilla además de en su mente. Se le deshacía la humedad de la boca al pensar una y otra vez. Y se mordía los labios pensando en qué hacer la mañana siguiente al ir a verlo y cuidarlo, de qué manera disimular las mariposas que bailaban en su vientre al cambiarle el uniforme blanco por la mañana, al elástico mágico de sus labios que se abrían con la sonrisa más cálida ante cada palabra que enunciaba Francisco.

Ahora Lucía miraba a Agustina, su hija de 2 años. La hija de Ricardo, pensó a regañadientes. No se arrepentía de ella, que lucía su mismo pelo negro largo y lacio hasta la cintura, la misma piel color mate. Se arrepentía de haber traído al mundo a esa niña con ese hombre. Se preguntaba quién había sido ella para llegar a ese punto. De meterse con un mafioso, alcohólico y adicto a la infidelidad por excelencia. Y se lamentaba de no poder darle una vida mejor, de tener que dejarla tantas horas con la enfermera, de cuidarse de no ser vista con ella para que Pedraza no tomara cartas en el asunto. Le aterraba perderla. Le aterraba vivir en ese callejón sin salida mucho tiempo más. Le aterraba tener que irse por obligación. Pero ahora Agustina le sonreía y le mostraba los juguetes que tenía, y sonreía, y Lucía se moría de ternura de verla tan igual, tan Lucía, tan niña y frágil. Rogaba que no pregunte por el padre. Se rompía los sesos en cómo explicarle el día de mañana el padre que tuvo. Se lamentaba pensando en que lo había perdido, a pesar de todo. Se entristecía más al no saber dónde estaba. Se aterraba más al no saber dónde estaba. Ni con quién. Ni si volvería, ni cuándo, ni cómo, ni para qué. Su vida era un misterio, y sus actos un peligro.

Se alivió al ver a la pequeña durmiendo, a salvo, con los hilos que colgaban de la pared con esa música mágica, sonando cada vez más bajito pues el viento ya no entraba por la ventana para agitarlo.

Miró su camisón, sonrió pícara pensando en Francisco.

Su cara cambió con el sonar del teléfono:

-¿Sí?
- Como asesina sos buena enfermera
- ¿Quién habla?
- Alguien que quiere avisarte que Pedraza está viva





10


- Por fin te vuelvo a ver
- ¿Me extrañabas?
- Un poco
- Hoy no tengo muy buenas noticias. Pedraza está viva
- ¿Se supone que debería estar muerta? Qué cara. ¿Fuiste vos? No lo puedo creer
- No lo quise así, me descubrió desconectando las cámaras de seguridad y los micrófonos de esta habitación. Te estaba protegiendo
- ¿Y ahora qué vas a hacer? No entiendo nada. ¿Qué hice yo para estar en este quilombo? Ya bastante tengo
- Ya sé que te asusto más de lo que te alivio, pero peor sería que no lo supieras. Ya te expliqué: querían que hiciera con vos algunas pruebas que obviamente cruzan la barrera de la ética clínica. Y lo hubiera hecho con cualquier otro paciente. No te voy a negar que sos especial, pero tengo principios. No estudié medicina para esto
- ¿Entonces?
- Entonces tengo que arreglar con esa mafia la forma de salir lo más ilesa posible
- ¿Me querés decir que te van a matar?
- No van a intentarlo siquiera, no van a ser tan estúpidos. Me capacitaron especialmente para hacer esta clase de tareas, no hay muchas más personas que puedan hacerlo.
- ¿Y cómo te metiste en eso?
- No me metí. Me metieron. Con muchos de su grupo estudiamos juntos en la universidad, y después recibieron otra clase de ofertas. Y yo miré para el costado, dejé hacer. No podía meterme con eso. Y traté de involucrarme lo menos posible. Hasta que llegué a este punto, y quedé encerrada. El problema, lo que me da miedo… es que se metan con mi nena
- ¿Tenés una hija?
- Sí. Tiene 2 años.
- Qué maravilla. ¿Qué vas a hacer? ¿te vas a escapar?
- No lo tengo del todo decidido. Necesito saber qué pensás hacer vos. ¿Querrías que te lleve conmigo en ese caso? Yo tengo cartas para cubrirme, vos no sé cuánto podés sobrevivir fuera de aquí. Por ahora inventé analgésicos y cosas que te mantengan así, y tengo contactos que me consiguen análisis falsos para presentarles semanalmente a Pedraza y sus hombres y con eso me cubro. Pero algún día se darán cuenta.
- ¿O sea que estoy bien, no tengo nada? ¿me hiciste todo esto sin decirme nada?
- No tenés nada. Tu herida sana normalmente. El resto es por lo que te dije. Y tenés razón en odiarme si querés, pero no pude hacer otra cosa a tiempo.
- Te salva el hecho de que estoy un poco abombado con tus noticias y no logro procesar
- Dame la mano. Quiero que sepas que mi asalto la otra noche fue totalmente sincero. Si fuera por mi te sacaría de acá lo antes posible. Si eso querés, acá me tenés. Y debemos ser cuidadosos.
- Ponerle palabras al movimiento de los cuerpos no tiene sentido. Si tengo que decirte lo que siento, te escribo un libro. Prefiero acariciarte y que saques tus conclusiones.
- Ya lo hice
- Bien. Dame alguna buena noticia. ¿Cuándo voy a comer comida?
- Comes todos los días Francisquito
- Como porquerías, ¡muero por un churrasco! ¿no me podés hacer otra visita esta noche y traerme?
- ¿Con mi carne jugosa no te alcanza?
- En primer lugar no digas carne jugosa hablando de vos, porque es redundante. En segundo lugar, son dos tipos de carne. En tercer lugar, me alcanza y casi que me sobra la tuya, pero (agarrate fuerte porque nunca más me vas a escuchar decir esto), como dice la Biblia, hay un tiempo para todo
- Miralo vos al nene, ahora te traigo la ostia
- La tengo delante, no te preocupes
- ¿Vos tuviste otra vida?
- Que yo sepa, ésta y gracias
- No sé cómo aprendiste en tan poco tiempo a volverme así de loca. Sos el primero que en mi vida cambia por un rato la carne vacuna por la mía
- Para todo hay una primera vez. Mi más sentido pésame, señorita Jerez.
- Ya me resucitaste. Vengo esta noche. Y ya que estamos. ¿Cómo andás del corazón? ¿Cómo te hicieron eso?
- Como te dije, una noche llegué antes y los encontré. Intentó explicarme pero el dolor hizo que no le hiciera caso y me fui. Al mes, cuando intenté volver, no me atendía el teléfono. A la semana recibí una amenaza anónima de que no la joda más. A la semana siguiente fui a verla, y cuando Marcela me estaba saludando en la puerta, apareció el tipo ese, un tal Ricardo y me apuñaló

-¿Ricardo?





11


- ¿Qué quieren?
- La hago corta: si no hacés lo que te pedimos para la semana que viene con ese pibe, tenemos problemas

La hizo tan corta que Lucía se quedó boquiabierta con el teléfono en la mano sin sonido humano del otro lado.
Preocupada, nerviosa y sin pensar demasiado volvió a levantar el teléfono

- Paula, necesito un gran favor de tu parte. ¿La nena está despierta?
- No, se durmió hace un ratito. ¿Qué pasa?
- Necesito que la lleves a otro lado. No te asustes, pero en casa no están a salvo. La dirección está en el papel arriba de mi mesa de luz.
- ¿Algo más?
- Sí, lleva las cosas de valor que ya sabés dónde están, pone algo de ropa, trata de que la nena no se despierte y no te comuniques con nadie, absolutamente nadie hasta que me veas. Pedí un taxi en tres lugares diferentes y tomate el segundo que venga.
- ¿Y querés que no me asuste?
- Tengo gente pesada atrás mío y no puedo hacer que la nena pague el riesgo
- Está bien
- Gracias Paula, créeme que te voy a compensar
- Yo ya te debo demasiado, no te preocupes


Con la misma prisa marchó hacia el hospital, rogando que la vieja casa del padre de Paula estuviera allí aún. Le aterraba tomar esta decisión, involucrar a tanta gente, y peor aún, que ellos sufrieran las consecuencias. Se deshizo del teléfono en la primer alcantarilla que encontró en la cuadra del hospital e ingresó silenciosamente a la sala 4.

- ¿Lucía? ¿otra visita conyugal?
- No Francisco. Escuchame bien. Me llamó Pedraza, estoy en problemas. No puedo seguir trabajando acá, me piden que haga lo que tengo que hacer, y si hago eso, la semana que viene estás muerto. Y si me quedo y no lo hago, yo estaré muerta o alguien que yo quiera mucho. Me voy con la nena a otro lado y no sé si podré volver alguna vez. Sin mí a la vista, dudo que te puedan hacer algo, pero no te recomiendo quedarte acá.
- Parece que no tengo opción
- ¿Cómo te sentiste estos días? ¿pudiste caminar?
- Por las noches me dan ganas de toser, no me siento con mucho aire, pero sí, estoy bien.
- Bien. Yo llevé cosas ya a dónde voy. Bah, ya hay. ¿Estás seguro que querés venir?
- No del todo, pero tampoco estoy muy seguro de quedarme. Vamos. ¿Cómo hacemos?
- Mirá que no hay vuelta atrás Francisco
- Está bien
- ¿Cómo te ves saltando por la ventana? ¿podrás?
- Sí
- Saltá y esperame ahí abajo sin hacer ruido
- ¿Dónde vas?
- A buscarte ropa. Tenés que irte de acá vestido de civil
- Ok

Del otro lado del muro Francisco miraba la calle. Daba las gracias a la pésima iluminación de la ciudad que alumbraría tenuemente su fuga. Sin pensarlo ni desearlo estaba otra vez en el mundo, huyendo. Pero esta vez huía de otros, no de sí mismo. Seguía con alguna duda magra en el fondo, puesto que no terminaba de conocer a esa mujer, que tenía tanto interés en él, por el motivo que fuera.

- Acá está. Te ayudo, no será la primera vez
- ¿Dónde vamos Lucía?
- A un lugar seguro hasta que podamos ver qué hacemos. ¿Tenés a alguien a quien le quieras decir esto?
- Si cuentan las llamadas al exterior …
- ¿Mariela? Perdoname pero es peligroso, no sé si se sigue viendo con Ricardo
- ¿Cómo sabés que es el mismo Ricardo? ¿por qué le temes?
- Salvo que haya otro Ricardo que viva en Madrid y que hace meses salga con alguien 20 años menor que ella, que haya intentado asesinar a alguien y que lo persigan hasta en Uganda, es el mismo. Lo otro no te lo puedo contar ahora

- Entonces vamos.
- Entendeme por favor
- Eso trato, a veces me cuesta
- Tenés razón. En el viaje te cuento, y tendremos largas tardes para hablarlo
- ¿Lucía?
- ¿Qué?
- Ya me clavaron dos puñales. La tercera es la vencida. Por favor, no seas la tercera
- Si así fuera me hubiera ido sola Francisco. Vamos, por favor


La ciudad seguía oscura, implacable. La mirada de Lucía también. Preocupada, nerviosa, al borde de la desesperación, conduciendo con luces bajas.
Francisco despertaba de un largo sueño y se metía en otro, en el que él poco tenía que ver. O quizás demasiado




12


Quizás fue el azar, la contingencia, la casualidad o el simple deseo, pero el innegable ruido de la lluvia fría de enero contra la ventana abrió de par en par los profundos ojos de Mariela a las 5 de la tarde, en su inhabitual siesta vespertina. A través del cristal miraba ahora la lluvia caer, la ciudad ahogándose fuera, en aquel barrio de mala saña, más que Malasaña, pensaba. Esa ciudad que cada día encontraba más inhóspita, como una mochila pesada encontrada en un camino que no había elegido y con una fuerza que no disponía para cargar un equipaje absurdo. Miraba sus manos, un tanto vacías ahora, un tanto crispadas por el filo del pasado que de a poco rasgaba la piel en invierno, como la nieve en las manos de una niña.

Se acariciaba el pelo con nostalgia, sonriendo ante el recuerdo que su perfume despertaba en Francisco. Y con nostalgia ante el recuerdo que su perfume despertaba en Francisco. Y sus pies, discretos y acordes, con la planta sin regar en el paso irascible de los recuerdos y las decisiones.

Su sien se agrietaba y su sexo gritaba de espanto al recordar a Ricardo, que había dejado su marca brusca en el abismo entre la pasión unilateral y el afecto inexistente.
Su espalda tiritaba ante el recuerdo del tacto de esos dedos, de esas manos agresivas en su cuerpo con más de una marca, un moretón, una huída y dos intentos de asesinato sin piedad. Las mismas manos viciosas que empinaban el vaso de whisky con la mirada vacía y perdida en un cubito de hielo sin fondo.
Y la sien seguía apretando la cabeza de Mariela, y la culpa sin apelaciones ni enmiendas al impulso de nuevas sensaciones innecesarias que sin darse cuenta ya estaban cubiertas en ese cuerpo cálido que nunca había ofrecido más que un amor sincero a dos manos, mil caricias y ninguna deuda. Y sin embargo había cedido.
Y sin embargo, su corazón seguía sin perdonar su razón, aún cuando ésta funcionaba para el prójimo.

Caminó hacia la ducha para lavar algo de lo que tenía en su cabeza. Cerraba los ojos y recordaba ahora sí el tacto fiel y certero de Francisco, el desayuno de las mañanas, la sonrisa cómplice y tímida en un abrazo inmejorable sobre la piel fresca de un amanecer de otoño, de nubes bajas y soles en los ojos que se intercambiaban profundidades en un mar tácito y conjunto; recordaba [i]esas[/i]manos en su espalda, que dibujaban una y otra estrella cada noche con la misma intensidad, desdeñando la terca convicción de que el hábito disminuye el esfuerzo del amante; recordaba esos labios sobre los suyos, fuente de cualquier nirvana en cada instante.

Ahora con los ojos abiertos se miraba desnuda.

Y todavía veía en su cuello la sombra de esos dedos y esas yemas paseándose con ton y son al compás de una música invisible.
Sus pechos se embellecían ante el recuerdo de esas mismas manos modelándolos como la mejor vasija de artesano de arcilla fresca y maleable ante el implacable rumor de la pericia, y su boca mojándolos como el rocío sobre el césped en un amanecer de verano.
Y su vientre sonreía desde el ombligo al recordar su papel de almohada en cada tarde que el después del amor pedía un poco más de paz.
Y sus piernas y sus muslos se erizaban recordando el vaivén, su calma para abrirse ante el calor conocido, para abrazar el cuerpo ahora lejano de Francisco.

Y con una lágrima desnuda como ella cayéndole encima, Mariela maldecía:

Qué estúpida: lo que me perdí




13


Martín cruzó como cada mañana la puerta del hospital a las 8.30, con su maleta, su uniforme y su aburrimiento detrás de una taza mediocre de café solitario en la misma casa que habitaba desde los 20 años. La misma que hizo con Isabel, la misma que ahora estaba abandonada a la espera de un cambio o de un viento que se llevara la vieja hojarasca de su árbol.

Fichó y firmó la hoja de asistencia como cada mañana y pasó al bar para hacer tiempo hasta las 9, hora oficial de su horario de trabajo. En 20 años nunca llegó tarde. Como si le sirviera de algo, seguía cumpliendo su rutina de diario, café y trabajo hasta bien entrada la tarde. Pensó otra vez en Lucía, en la esperanza que le transmitía verla y en la desesperanza que suponía entablar un mínimo diálogo que jamás rozaba la seducción y le guiñaba fuerte el ojo izquierdo al rechazo sin fronteras. Sonrió con cierto resquemor al recordar la mirada esquiva de Francisco ante sus consejos, e ironizó para sí mismo imaginando un romance entre el joven y la enfermera. Fantasía de chicos, apenas 24 años y esas pretensiones, pensó. Si supiera lo que es compartir una casa, una vida y un amor durante 17 años. Si supiera las cosas que hice por su viejo, pensó.

Caminaba tranquilo hacia la sala de médicos y se sorprendió al ver la soledad que habitaba la sala 4.

- Che Fernandez, ¿no lo viste al chico éste de la sala 4?
- Parece que lo cambiaron de sala, lo estoy buscando. Tampoco la ví a Lucía

La cara de Martín resultó delatora para los ojos del doctor.

- ¿Pasa algo?
- No, me sorprende nomás

Martín se insultó a sí mismo ante la respuesta que no hacía más que hundirlo. Entró en la habitación ahora vacía, observó la ventana abierta, la cama deshecha y el bolígrafo de Lucía con el historial médico que ameritaba continuar con la internación del joven, con fecha de 4 días atrás. La tomó para sí y siguió su rumbo anterior.
Al echar una mirada por el vidrio de la puerta decidió ir a mirar por la ventana, que daba lugar al parque frente al hospital. Se quedó sin respuesta. Con el mentón sobre los brazos cruzados apoyados en el marco de la ventana, se preguntaba si debía preguntar sobre el asunto. Alcanzó a mirar hacia abajo y observó dos uniformes tirados en el suelo del cesped, contra la pared del hospital. Enrojeció y tembló su pecho al confirmar la fuga.

Se dio la vuelta y una mano en el hombro lo interrumpió

- Fernandez, ¿sabés algo?
- Pedraza, buenos días. No, parece que los cambiaron de cuarto
- ¿A quienes? Si aca sólo estaba Francisco Benedetto
- Eso quise decir , disculpe
- No te hagas el idiota que como testigo falso sos bastante pobre. ¿Dónde se fueron?
- Lo cambiaron de habitación
- Te vi agarrando la historia clínica, damela. Y averiguame dónde se pueden haber ido e informame de cualquier contacto que tengas con ella
- Pero…
- Haceme caso o vas a tener problemas. Anda, tomatela


Martín salió corriendo hacia fuera para tomar aire y maldecirse una vez más por su conducta. No sabía mentir. No le pudo mentir a Pedraza y no quería mentirle a Lucía. La duda se le curó pronto al sonar el teléfono:

Martín, soy Lucía, necesito pedirte algo. Buscá la historia clínica de Francisco en la sala 4 y avisame cuando la tengas. ¿Puede ser?


Quedó con la boca abierta, la palabra a punto de saltar y la mirada vacía en el aparato, que ya no tenía un eco en el otro lado




14


- ¿Martín? ¿Dónde andas?
- No puedo hablar ahora
- ¿Qué pasa?

- ¿Qué pasó Lucía?
- No sé, pero por el tono de su voz, me parece que Pedraza poco menos que le apuntaba
- ¿Estás segura que podemos ir donde decís?
- Sí, ya debe estar con la nena allá. Ahí está.

Lucía intentó hacer caso omiso del asunto, pero no pudo evitar emocionarse ante el abrazo y la mirada de terror de su hija.

- ¿Quién es él, mami?
- Un amigo
- ¿Por qué vinimos aca?
- Para estar más tranquilos hija


Francisco la miraba desde la ventana de la casa, sonriendo ante la mirada maternal de Lucía y preocupado por su futuro, el de ella y la pequeña que se estrechaba en los brazos de la mujer, la enfermera, la amante, o el sustantivo que le cabiera cada día. ¿Hasta dónde valía la pena todo eso? ¿hasta cuándo podría confiar en alguien que súbitamente se preocupaba en esa forma por su vida?


- ¿Sí?
- Ahora sí Lucía. Oime, no sé qué pasa, pero Pedraza está buscándote como loca. ¿Dónde estás?
- No puedo decirte
-¿Porqué huis?
- Quedate tranquilo Martín, ya volveré. No le digas que me hablaste
- Lucía, por dios, Lucía


Otra vez la palabra en la boca.

- ¿Por qué esa actitud con él? ¿no confiás?
- No es eso Francisco, es que es un idiota. Por algo Pedraza lo eligió de informante.
- Tenés que calmarte un poco. Vení

En ese momento quizás era lo único que calmaba la mente agrietada de Lucía, el abrazo de un hombre, con más cariño que preguntas, que sin motivos ni explicaciones le ofrecía una mano cálida. Le abrasaba ahora cierto resquemor de comprometer la vida de Francisco de esa forma. De tomar decisiones por él, de querer acapararlo todo sintiéndose omnipotente, y a la vez tan frágil. Y a la vez tan encantada con esa energía genuina que le fluía por el cuerpo al verlo, y al recordar el tacto de Francisco que después de tantos años le había hecho sentirse amada, y con tan poco. Y en tan poco tiempo. Miraba sus manos y hacía cuentas, sonriendo para sí misma y con alguna suerte de rechazo al pensar que biológicamente podría ser su hijo, aunque no lo fuera afortunadamente, pensó. Hizo hacia Francisco un ademán para que lo espere, mientras despedía a Paula y le agradecía sus favores, aclarándole de no hablar sobre el tema con nadie. Poco después despedía en la cama a su hija hasta el día siguiente, y poco después despedía en su cama ante Francisco la ropa que llevaba puesta, entregándose nuevamente al calor de esas manos sin la urgencia de ser vistos.

Francisco miraba con devoción el cuerpo de Lucía meciéndose sobre el suyo, agradeciendo la pericia de los años para hacerlo, y preguntándose y admirando una entrega absoluta sin misterios ni razones.

Quizás por la tranquilidad, quizás por el afán de completar un identikit difícil, Francisco indagó sobre su situación

- ¿Hasta cuándo seguiremos aquí? ¿por qué Pedraza te sigue asi? ¿por qué te odia tanto?
- Porque arruiné su vida. Y porque es mi madre
- ¿Tu madre quiere matarte?
- A mi no, a vos




15


Efectivamente, Graciela Pedraza tuvo como hija a Lucía Jerez a la edad de 15 años, y había abandonado a su hija por no poder criarla, y dejó a Paula a su cuidado, quien también ahora se encargaba de cuidar a su nieta. Para Lucía, su madre siempre fue Paula, y ésta nunca dejó que su nieta supiera su identidad. Quizás con más afán de protección que sinceridad, dejó un hueco que la propia Lucía llenó la misma noche que se fugó del hospital. Después de recibir análisis de ADN de su amiga Marina, confirmó que la Dra.Pedraza había sido siempre su madre. Contra todo pronóstico, eso fue lo que hizo a Lucía tomar la decisión de irse y escapar. Para ella la maternidad siempre fue un vínculo afectivo más que sanguíneo, y los actos de su ahora madre poca satisfacción le dejaban. Más bien sentía asco por ello y no se lo perdonaría ni en la siguiente vida.
Pedraza por su parte le siguió la pista mientras pudo y se le acercó aun más al saber que había elegido su misma profesión, intentando incentivarla aún más haciéndose pasar por una compañera de facultad e insertarla en el proyecto cuyas órdenes estaban dadas por viejos generales del norte radicados en Estados Unidos, utilizando la salud de algunos pacientes para experimentar con supuesta medicina avanzada. El dilema para Pedraza resultó ante la presión de sus jefes de seguir adelante con el proyecto, y, especialmente, la conjunción de su hija con su ex marido, Ricardo, también miembro y matón a sueldo de la compañía. A partir de allí nuevamente Pedraza optó por el deber ante la maternidad, y persiguió a su hija hasta fines insospechados. Pedraza tampoco intentaba enmendar sus viejos errores. Sí intentaba enmendar el error de la empresa al dejar escapar a Francisco, paciente que para Pedraza suponía un problema por el fuerte vínculo con su hija, quien olvidó desconectar la cámara pegada a la alarma contra incendios en el techo de la sala 4.

Lucía amaneció extrañamente cansada y sola

- Hola hija, ¿estás bien?
- Sí. Pero tu amigo se fue
- ¿A dónde?
- No sé, pero me dijo que te de esto
La sonrisa le duró poco al abrir la carta que dejó Francisco junto al manojo de llaves


Lucía:

Siento mucho haberme ido así. Es la primera vez en la vida que dejo que una mujer amanezca sola en una cama después de pasar la noche conmigo. Y sé que tu cama merece un trato mejor. Y me hubiese encantado quedarme a saludar el alba a tu lado. Pero no puedo vivir así, Lucía. No sé vivir corriendo, no sé vivir huyendo. Aprecio las molestias y la generosidad que tenés conmigo, pero no me parece justo que pongas tu vida y sobre todo la vida de tu hija en peligro por mí. Nadie merece tal cosa. Desconozco por qué tu madre desea matarme. Me importa poco, porque me iré tan lejos como pueda. Sin ser un capo mafioso, también tengo mis contactos y puedo irme de aquí mañana mismo.

Espero que este precioso presente de pocos días y mejores noches tenga un futuro mejor. Ojalá mis manos y mi aliento te hayan hablado sin faltas de ortografía, y hayas comprendido que hace mucho no entrego un cariño tan sincero. Debería corregir y decir que hace mucho que no entrego un cariño. Pero sobre todo, no recuerdo que me hayan entregado así, tanto. Créeme que hasta en la última hora llevaré la marca de tu cuerpo sobre mí.

Y ojalá la hermosa niña que tienes (¿cabría otra posibilidad, con los genes que tiene?) pueda crecer feliz y a salvo de todo esto. No te asombres si te digo que por momentos pienso borrar estas líneas y quedarme. Pero no me perdonaría que sufran.

¿Crees en el destino? Yo no. Pero sí creo que cuando alguien te quiere encontrar, te encuentra. Hay quien dice que es tarde para casi todo y que las cosas no se pueden volver atrás. En ese caso, dejame enseñarte que si uno quiere, siempre se puede atrasar el reloj.

Ojala todo esto acabe pronto. Gracias por todo

Te quiere


Francisco




PD: Por cierto, te olvidaste estas llaves del auto en el piso anoche.Y le hice el desayuno a Agustina: no le prohibas la chocolatada, le encanta. Dejale un beso de mi parte.



Lucía maldijo para sí misma, con el codo sobre la mesa, el borde de la carta manchado con café y lágrimas. Ahora no se perdonaba el haberle ocultado las cosas. El haberlo dejado marchar así. Quizás hasta se preguntaba si había hecho lo suficiente.
Apretó la carta contra el pecho y no pudo contener el dolor de no haberle dicho la noche anterior que su vida corría peligro. No por Pedraza, sino por la leucemia que había descubierto en su sangre tres días atrás.

Mientras tanto, Ricardo observaba detrás de un diario desvanecerse el cuerpo de Francisco que espiaba desde hace una media hora en el pasillo central del aeropuerto, ante el espanto del público que reclamaba una ambulancia mientras el chico se recomponía y Ricardo se ofrecía para acompañarlo a su casa, haciéndose pasar por su tío.

En Madrid, Mariela recogía un análisis de embarazo positivo.




16


Como un pájaro herido y con varias batallas, Francisco golpeó la puerta de la casa-refugio de Lucía bastante tiempo antes de lo esperado.

- Volviste… no pensé que te ibas a arrepentir tan rápido, ¿qué pasa?
- No me siento bien y tenemos un problema: tenemos compañía
- Hola Lucía, interrumpió Ricardo a punta de pistola entrando en la casa
- Ricardo, hijo de puta, ¿qué carajo hacés aca? ¿qué le hiciste?
- Todavía no le hice nada, se desmayó en el aeropuerto y no me iba a perder semejante joyita deambulando por ahí sin ayuda
- ¿Qué querés?
- Vengo a llevarme a Agustina
- Me vas a tener que matar para hacer eso

Casi sin terminar de pronunciar la frase Lucía caía al suelo tras un culatazo y lo propio hacía Francisco tras intentar defenderla y recibir un balazo en el hombro, ante el grito desesperado de Agustina que no terminaba de entender qué estaba sucediendo e intentaba huir, mientras su padre la tomaba en brazos e intentaba calmarla argumentando que estaba en peligro y ahora a salvo, mientras la niña seguía haciendo caso omiso a sus palabras mirando el rostro golpeado de su madre.

Minutos después Francisco intentaba despertar a Lucía, que se recompuso desesperada

- ¿Qué pasó?
- Ricardo se llevó a Agustina, y me dejó otro regalo en el hombro
- Vamos al hospital ya
- Anda a buscar a Agustina, se fue hace 10 minutos, no me pude mover, lo siento. Donde lo encuentre lo mato yo, te juro. Anda, ¡ya! Yo me voy como sea

Para sorpresa de Lucía apareció misteriosamente Martín ofreciéndose a ayudar, mientras intentaba explicarle a Lucía lo sucedido días atrás

- No pude evitar que se diera cuenta que sabía, y me amenazó para que le diera la historia clínica de Francisco. Decía que estaba bien, por eso corre peligro, ¿no?
- Eso ahora importa poco. Primero porque tiene un balazo en el hombro y lo tienen que atender, y segundo porque…
- ¿Cómo? ¿qué pasó? ¿estaba con vos acá también?
- Dios, sí, seguí manejando

- ¿Paula? Oime, Ricardo se llevó a Agustina. Nos encontró. Suerte que olvidé la agenda laboral en casa. Agarrá a todos los que tengan un asterisco al lado del nombre y avisales por favor. Mientras tanto quedate quieta donde estés, abuela
- Ay Lucía
- No te preocupes, ya arreglaremos eso. Hacé eso por favor.


Minutos más tarde Lucía sonreía pensando que conocer a tu presa facilita la búsqueda. Allí estaban, frente al mismo muelle donde tiraban piedras al agua. Pidió a Martín que la acompañara.

- Martín, si querés ayudar, hacé esto: anda por detrás, agarrá a Agustina y corre lo más lejos que puedas. Yo me encargo de ese hijo de puta. ¿Podés? No te estoy obligando, te estoy poniendo en peligro, podés decir que no.
- Pero te digo que sí

- Tanto tiempo, Ricardo. Disparale a Martín y te vuelo la cabeza acá mismo. Andá hija, es un amigo mío, te va a cuidar, quedate en el auto con él un minuto, ¿sí?

- Sí mamá. ¿El es mi papá?
- Ya te voy a explicar, andá hija

- Tenés suerte de que te está viendo y no quiero que me vea matarte, pero ganas no me faltan. Camina y metete detrás. Es tu última oportunidad. Vas a ir bien guardado ahí hasta que vea que hacer con vos. Dale. Vamos al hospital, Martín

Como escena repetida, Lucía entró en la sala 8 con Agustina

- Parece que estoy condenado a que me atiendas. Veo que tenemos linda compañía, ¿cómo anda la pequeñita?
- Bien. ¿Ya te curaste? Mamá me dijo que siempre te curás de todo
- Mamá nos quiere demasiado . Necesito hablar con ella un poquito. ¿Podés ir con Martín? Dame un beso antes
- Anda hija, ahora voy
- Lucía, me sacaron la bala y ya está. Pero tengo leucemia, y pocas semanas de vida. ¿Lo sabías?
- Ojala pudieras leer mi pensamiento, pero lo que más me dolió no es que te fueras ayer, sino el no haberte podido decir esto. Lo sé hace tres días. Te llevé por eso. Porque si ellos lo descubrían te utilizarían
- Está bien. En mi carta ya expresé todo, y estoy agradecido. Confundido también. Pero tengo que pedirte algo: cuando no esté aca, quiero que le des esta carta a Mariela, por favor, como sea.
Lucía abrazó a Francisco con el alma en la mano, evitando decirle más de lo que el corazón del chico hubiera podido soportar en ese momento. Respetaba que él quisiera tenerla ahí hasta el final, y respetaba que Mariela siguiera también dentro suyo. Después de todo, Lucía también estaba agradecida por ese regalo inmenso y fugaz (como todo, pensó) que la vida le había dado unos meses atrás. Lo respetaba de la misma manera que él lo hacía con ella: con silencio, con miradas. Sin preguntas. Se entendían demasiado bien en otros lenguajes como para derramar saliva en el momento y lugar inoportuno.

La conversación se interrumpió con la irrupción de Martín, avisando a Lucía que, con ojos temerosos oía que Ricardo había escapado.






17



Días más tarde, durante el entierro de Francisco, quizás el único consuelo que tuvo Lucía fue saber que el padre de su hija había muerto en un tiroteo con la policía. Y no porque lo quisiera muerto, sino porque estaba convencida de que lo merecía. Nunca se puso la etiqueta de santa ni deidad similar, siempre creyó que todo valía si se trababa de defender su vida y la de su hija, a quien ahora miraba con desconsuelo intentando saber cómo iba a explicarle que ese joven que tan poco había vivido para ella significaba más que su propio padre. Cómo ese desayuno que ella contaría durante años era para Lucía quizás el último boceto de una vida conyugal abortada. Ahora la abrazaba intentando contenerse, mientras sobre su hombro saludaba con una sonrisa a Martín agradeciéndole sus cuidados a pesar de su torpeza. Y con pericia Lucía enseñaba a su hija que llorar era bueno, sobre todo cuando la ocasión lo merecía.

En la otra orilla, con sorpresa y entusiasmo Mariela recogió la carta en el buzón de correo cuyo remitente sonaba como un aroma de café en su boca: Francisco. Abrió la carta con la delicadeza que supone desnudar a una mujer y con los ojos abiertos y dos lágrimas en su haber leyó y leyó la carta.




Marielita:

Hace demasiado tiempo que no te nombro así, y quisiera hacerlo ahora. Lo último que quisiera es que esta carta llegara a tus manos. Espero tengas algún pañuelo y un hombro donde llorar, porque si estás leyendo estas líneas significa que ya no estoy en este mundo. Me han diagnosticado leucemia, y me quedan días de vida. Ojalá hubiera tenido el tiempo necesario como para revertir algo de lo que hice, o de lo que no hice. Pero créeme que sé que hasta mi último suspiro estarás en mi mente. Todavía sigue flotándome en la cabeza el olor a café que me hacías por la mañana, con tu bendita costumbre de amanecer antes que yo (para lo cual sabés que no hace mucha falta) y atenderme como al rey que me sentía durante cada segundo que te paseabas por la casa. Todavía recuerdo las tardes en el parque hasta el anochecer. Todavía recuerdo las noches de playa donde jugábamos con la luna y me jurabas amor eterno. Y por si todavía queda alguna duda, para mí cada noche era eterna, hermosamente eterna, quizás tanto como la luz de tus ojos marrones y el perfume de tu pelo lacio, y la savia de tus labios sobre los míos, y el susurro más corto y precioso que pronunciabas con la sutileza que solo tu boca sabía, sabe y sabrá pronunciar. Todavía recuerdo el olor de tu pecho, sobre el que tuve los mejores sueños que un hombre como yo jamás haya concebido soñar.

Hace no tanto tiempo supe más sobre Ricardo, porque el mundo parece bastante pequeño y conocí a su ex mujer, Lucía, quien si todo marcha bien (o mal, mejor dicho) te hará llegar esta carta. Espero que mi estado inimputable te pueda hacer llegar que fue la última mujer que supo ver mi parte de hombre en potencia y en acto. Espero que puedas entenderlo y no querer saber por qué lo hice, de la misma manera que yo ya no me pregunto por qué lo hiciste tampoco.

Llevo horas pensando qué escribir, y creeme que no es nada facil. Uno tiene las ganas de querer contar todo y la desazón de no poder hacerlo. Pero tenemos una ventaja: la memoria. ¿Te dije yo ya que no creo en el olvido? Quizás esto lo pruebe. Porque me llevo todo conmigo, y no tengo ninguna duda de que me llevarás con vos donde sea que vayas. Cuando sea y con quién sea.

Ojalá puedas llevarte lo mejor. Ojalá puedas alguna vez rehacerte sin culpas ni pecados. Ojalá entiendas que nadie me podrá matar en tu alma, donde espero estar siempre. Porque hasta estas horas vos todavía estás en la mía.

Antes de despedirme, quisiera responderte algo pendiente. Más de una vez me preguntaste si creía en el amor para toda la vida. Espero que esta cara te sirva como respuesta.

No te digo adiós. Te digo hasta siempre.


Siempre tuyo,




Francisco





Con el mayor dolor que una mujer podía sentir en ese momento, Mariela sostenía con una mano la carta, con la punta de los pies en la silla, con su cabeza contra sus rodillas. Con su otra mano apretaba su vientre, en cuyo interior nadaba su futuro hijo, la última y mejor esquela que Francisco, sin saberlo, había dejado en su vida.











FIN

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