Soy la palabra que no espera
el ruido que hace hablar a tu silencio
el nudo de la cinta de tu pelo
la mirada que quiere subir a tu marea

El canto de esperanza en el asfalto
los dedos torpes que sueñan con tu espalda
las amarras de un barco encallado
el asesino sin culpa ni redada

Desde mi ventana

Desde mi ventana

martes, 7 de abril de 2009

El lenguaje del silencio





Será que ultimamente no aprendió otro lenguaje que el silencio, ese puñal sin metal que se clava en lo mas profundo del olvido, que a veces se equivoca, pero supongo que debe ser por eso que esta mañana mi boca sangraba. Sangraba a gotas, quizás un tanto secas, como el humo de mi boca cuando dijo “¿vamos?”, y yo no quería que se fuera y como un idiota no respondí, que para el caso significaba lo mismo que responder afirmativamente.
Las gotas caían lentas como la lluvia espesa de verano. Esa lluvia húmeda, cansada y triste que recuerda a los peores días de Macondo. Las gotas eran la forma que tenía mi boca de ponerle palabras a ese silencio convencido que salía de su boca que ahora ni el diablo ni sus fieles sabría encontrarla. Es difícil encontrar una boca que no habla. No se oyen ni melodías, ni susurros, ni anécdotas, ni se huele esa fragancia única e inalienable. El silencio es un ruido insoportable. Tanto que a veces te deja sordo, tan sordo que te quedas mirando el cielo y no encuentras respuestas, y a veces, como esta mañana, ni siquiera encuentras preguntas.
Seguramente será porque últimamente no sé qué buscar ni dónde. Es una ruta sin mapa, sin candados, pero sin dirección. No hay señales de ninguna clase. Tampoco transeuntes, ni líneas amarillas, ni blancas, ni espejo retrovisor, porque no viene nadie detrás. No hay nada más desconcertante que andar sin saber para dónde estás yendo, ni más escalofriante que ser conciente del desahucío que supone ese naufragio.
Las gotas ya se han secado. Ha dejado, como todo dolor, alguna marca. Una leve mancha roja en el lado izquierdo del labio inferior (¿o serán las mordeduras del insomnio?) que el espejo se empeña en seguir mostrando.
¿Y ahora qué? Ahora me quedé sin combustible. La ruta está vacía y la noche, caprichosa y prima hermana del recuerdo, me hace cerrar los ojos. Ni siquiera es voluntario. Los ojos, simplemente, se cierran. Seguramente acompañados del mismo filo, los ojos hablan y se humedecen, porque no sé qué hacen los demás, pero yo recuerdo con los ojos. Los mismos que miran, que anhelan, que desean, que se frustran, que caen rendidos ante una devolución dulce, ante una mirada esquiva y perdida en la servilleta del café donde te hablaba de independencia, o de la voluntad que supone estar vivo, de las exigencias de la existencia.
Por eso ahora lloran, y el pecho, mano derecha de la carne, se agita, tiembla como un niño abandonado y perdido, se estrecha y la piedra angular del silencio corta cada uno de sus lados,el mismo cristal de la copa de vino derramada en aquellos días. Días donde aún quedaba primavera, con ese verano azul que alumbraba la tarde, los parques, los pájaros y los árboles.
Pero aunque el diablo no lo sepa (ni el querube del hombro izquierdo), el pecho tiene sus estaciones. Los ojos también. La sangre también. La boca también.Por eso se secan, se humedecen, pierden las hojas, se agitan, tiemblan, sienten, se acurrucan en una sábana tibia desmejorada y advierten:

No te calles, no te partas en dos, no exijas más de lo prometido, no empañes el recuerdo, no olvides, no esperes. No esperes, porque no te está esperando. No te va a encontrar, sencillamente, porque no te está buscando.

2 comentarios:

HUMO dijo...

me duele hasta el llanto ese dolor!

=) HUMO

ValeVi dijo...

ME MATASTE!! me encanto, me encanta lo tortuoso de tu amor que duele, de tu espera que se desanima, de tu animo que no abandona. Me mató, de verdad!!