Soy la palabra que no espera
el ruido que hace hablar a tu silencio
el nudo de la cinta de tu pelo
la mirada que quiere subir a tu marea

El canto de esperanza en el asfalto
los dedos torpes que sueñan con tu espalda
las amarras de un barco encallado
el asesino sin culpa ni redada

Desde mi ventana

Desde mi ventana

viernes, 22 de octubre de 2021

PONGAMOS QUE HABLO DE DI MARÍA

 

Decía Sacheri que le gustaba escribir sobre fútbol porque era una buena excusa para no hablar sobre fútbol sino sobre la vida. ¿Será por aquello de que se juega como se vive? No lo sé, pero ¿qué hago yo pensando en Di María, entonces, en otra noche de insomnio?

El fideo, como corea ahora la tribuna del Monumental a cada pelota que toca, no siempre se encontró con el éxito. Tuvo, sí, momentos memorables, como esa corrida bajo un sol imposible que acá vimos a las 3 de la mañana desde la otra punta del planeta, pegándole de tres dedos y de emboquillada para clavar el gol del triunfo y del primer oro olímpico. O la reciente (muy parecida) por sobre la salida del arquero brasilero con el que ganamos la bendita Copa América. O el agónico gol contra Suiza en octavos de final en el segundo tiempo del suplementario, cuando todo parecía perdido.

Sin embargo, cuando pienso en Di María, siempre recuerdo una frase del Chavo Fucks en el medio de un partido de la selección, bastante timorato: “el problema de Di María es que no tiene criterio”. Nunca mejor dicho. Fuera de esos arranques exitosos, uno veía al pobre fideo chocar una y otra vez contra los rivales. O aún peor: gambetear solo de toda soledad hasta el final de la cancha para (¡recién ahí!) darse cuenta que nadie lo seguía. La escena se repetía varias veces en casi todos los partidos. Yo, claro, lo puteaba, aunque sentía un poco de pena cuando lo miraba y veía desde la tele su misma frustración, mezclada con su tenacidad a prueba de balas y su pasión por la camiseta.

Entonces, después de mis múltiples relatos chocando contra el mismo defensor o encontrándome solo al final de la cancha sin entender por qué nadie me sigue para tirar una pared, la licenciada me pregunta: “¿por qué seguís insistiendo en ir a donde no tenés lugar?”. Yo me suelo quedar en un silencio exasperante, murmurando que no lo sé. Después recuerdo al Chavo y pienso que quizás, como Di María, yo tampoco tengo criterio. Que sigo insistiendo en que me vas a corresponder con tu sonrisa y yo le voy a dar suave, con zurda precisa a tu segundo palo y seguiremos en juego en un abrazo agónico que nos devuelva la alegría por un rato, mientras alguno en la popu vocifera: “¿viste? ¡era por abajo!”.

O porque quizás se ama como se vive y yo todavía no aprendí a pedir el cambio. Ni a colgar los botines.

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