Soy la palabra que no espera
el ruido que hace hablar a tu silencio
el nudo de la cinta de tu pelo
la mirada que quiere subir a tu marea

El canto de esperanza en el asfalto
los dedos torpes que sueñan con tu espalda
las amarras de un barco encallado
el asesino sin culpa ni redada

Desde mi ventana

Desde mi ventana

miércoles, 24 de marzo de 2010

A treinta y tantos





Estamos en la tierra de todos, pero es mía
los inocentes son los culpables dice Su Señoría, el rey de espadas



-------------------------------------------------------




Acá donde el barro se llevó tanto

sin preguntar de qué color tenían la camiseta

a los que entierran y a los que no se sabe

nadie les preguntó qué habían hecho


Hombres a caballo y en verdes Falcon

que en nombre de la patria y el metal

ahora tiritan y huyen de pedradas y de manos

las mismas que arrojaron hacia el mar


Y a nadie le importa, la calle mezcla pobres y asesinos

en esta tierra donde el olvido es buena nota

¿por qué callas cuando el estruendo te acompaña

y ya no hay más palabras para legitimar?


Las Madres de ovarios y pañuelos ya enseñaron el camino:

busca la paz, nunca el olvido, que el único pecado es perdonar

Y aún hay quien sigue llamando al Brujo y al diablo

quizás por temor, o lo que es peor, porque no sabe


Cómo se nota que no te has revolcado en el lodo

de no saber cuando vuelve el aroma al hogar

Cómo se nota que te han cerrado los labios

que nunca te han robado la identidad


Pero hoy hay que salir a batallar, puñal y pañuelo en mano

porque se equivocaron: la historia no ha terminado

No te quedes con la carie del olvido en las muelas

no le cocines el caldo a los traidores







-------------------------------------------------------


Retornarán los libros, las canciones

que quemaron las manos asesinas

renacerá mi pueblo de su ruina

y pagarán su culpa los traidores









http://www.youtube.com/watch?v=Y1GX9LZCV3A

martes, 23 de marzo de 2010

Subjetividad comunicativa y conflicto político

Cuatro cosas le pertenecen a los jueces: escuchar cortésmente, contestar sabiamente, considerar todo sobriamente, y decidir imparcialmente
(Sócrates)







En tiempos donde la subjetividad empieza a mostrarse sin velos, algunas ironías resultan atractivas.
Dentro de las pequeñas grandes tragedias cotidianas se observan algunas peores: la forma en que éstas se comunican, escondiendo algunas cosas y resaltando otras.

Resulta así entonces que, haciendo caso omiso de la apología del oficialismo que gobernó en el monopolio mediático, repentinamente se ven a diario múltiples ataques indiscriminados en nombre de una libertad de prensa inaudita, si bien avalada por reglas que la propia superestructura democrática burguesa establece.
No es ninguna novedad que los medios de comunicación adquieren una gran relevancia en el imaginario colectivo, y , especialmente, en la explicación u opinión que este forma sobre la propia realidad social sobre la cual opera a diario.

Pero llegamos a límites que, si no se miran con ironía, revisten indudablemente un peligro a tener en cuenta. La guerra se ha declarado hace rato, pero, a diferencia de otros tiempos, el contenido está completamente ausente.

No hay grandes planes neoliberales para justificar mediante fuertes campañas privatizadoras, sin embargo es evidente que las prebendas político-económicas funcionan a rajatabla entre la alta burguesía local insertada desde hace décadas en las altas esferas del estado y, claro está, el dispositivo de prensa que se ha “rebelado” contra un estado que se califica de populista, autoritario, sesgador, entre otras cosas.
Independientemente de la veracidad de estas acusaciones, cabe preguntarse: ¿es admisible, es legítima tal afirmación cuando es enunciada desde el centro del monopolio de la comunicación, abarcando decenas de radios y canales de televisión?

Ciertamente no. Pero vale detenerse a observar el efecto. Son inundaciones permanentes de información jamás explicada ni fundamentada. El reino del condicional está en pleno apogeo. Todo podría ser causado por el gobierno: el hambre, la inundación, por qué no las lluvias, la inseguridad, la muerte de un actor, los problemas educativos, etc.

¿Nos creen tan insensatos como para no ser capaces de reconocer que existen infinidad de problemas cuya causa radica en tiempos que preceden notoriamente a este gobierno?
Es decir, no se trata de ser oficialista o ser opositor. Aquí se trata de poder ver cuál es el mensaje que se nos está transmitiendo e intentar ser críticos con éste. Debemos defender el pensamiento propio y, como empezaba diciendo en estas líneas, si algo bueno ha tenido esta polémica y fuerte conflicto político-económico es que ya no puede haber jactancia de objetividad por parte de los medios de comunicación. Y que esta idea esté gradualmente penetrando el tejido social, es algo sin dudas para celebrar. Porque nada puede ser palabra santa fuera de una iglesia. Aprendamos a mirar y a ver la subjetividad, la parcialidad de las cosas. Esto no implica una falta a la verdad, pero tampoco el acceso a la totalidad de ella.

Creo que nos hace falta salir de los modelos dicotómicos, y sobre todo, de aquellos que lo son falsamente. Es inadmisible que todo se plantee en términos casi tribuneros, futbolísticos (“estás de este lado o estás del otro”; “sos oficialista o sos opositor”).

Lamentablemente parece uno tener que resignarse, pero esto es un claro resultado de la dinámica y de la evolución que en el plano político este país ha tenido: se han vaciado los contenidos, se han caído las plataformas, se ha quebrado la identidad representante-representados, se ha manipulado la ideología en función del interés y el rédito político y cualquier nominación partidaria es vaga y potencialmente disruptiva. Hay unión por oposición, y hay poder por vacío de poder.

Llegamos entonces a un absurdo bipartidismo que se convierte en un monopartido que debe gobernar a pesar de los otros tantos que, siendo supuestamente muchos más, son incapaces de articular un proyecto medianamente coherente y políticamente sustentado en estructuras.

Esto es sin duda lo más triste: la falta de alternativas, no ya por imposición autoritaria, sino por propio vacío de instrumentos de la propia clase de dirigente, que atraviesa una clara crisis de hegemonía, que, sin embargo (tristemente) todavía puede torcer el brazo de un rival (¿o de varios?) absolutamente endeble, unido por espanto, tan contradictorio y oportunista como lo que critica.

No es la primera vez que esto sucede (la Unión Democrática contra Perón es muestra de ello, así como la histórica pelea entre comunistas y socialistas ya en tiempos de Yrigoyen, lo que ha signado una fuerte conflictividad al interior de los partidos tradicionalmente “de izquierda”), pero nunca se ha dado con tanta frivolidad.

Se ha naturalizado, se da por sentado que poco se puede hacer con esto.

Sí cabe decir que nunca se está condenado a nada. Tenemos capacidad de elección. ¿Cuál? No está en mí decirlo, porque sencillamente no lo sé.

Pero si no cuestionamos lo que vemos a diario, si no miramos las regularidades que se repiten y nos pasan de largo, si no dejamos que unos jueces pobres arbitren nuestra vida y nuestra mente a su antojo, seguro estaremos más perdidos.











La foto es la tapa del album "Amused to death", de Roger Waters. Siempre me pareció genial la imagen de un mono mirando la tele.

viernes, 19 de marzo de 2010

El oficio de mirar atrás





Hago balance y repaso viejas fotos
ya no soy aquel muchacho
con relámpagos en los ojos

Conservo miedos con los que aún debo cantar
aún siento el vértigo helado
al echar la vista atrás





¿Quién no me ha visto tallar promesas en las paredes con un viejo fierro que pedía disculpas a cada paso que daba, como un niño asustado entre la multitud, buscando respuestas en los ojos vacíos, en la mirada esquiva, en los bares donde las botellas se marchaban antes que yo llegara, porque el aburrimiento de mi boca les consumía el escaso etanol que ya tenían?

Busqué todos los retazos de aquellos malos tiempos. Los bares han cambiado de nombre, las paredes las han pintado de otro color. Poco queda ya del barrio de casitas bajas, del pastizal al costado de la vía, de aquellos amigos que pedían un pañuelo al vecino cada vez que abría la boca.

Tantas piedras, tantas conjeturas. Y sin embargo a veces echo de menos el espíritu nostálgico de algunas tardes. ¿Quién entiende?

Echo de menos al obrero que tallaba, aquel que empujaba piedras, al goleador que besaba la pelota y se deleitaba horas pensando en qué lugar tenía que darle para que el efecto superara la barrera y aunque sea cayera dentro del arco. Al artesano que miraba la arcilla retorcerse para buscar el punto justo de una cintura de mujer que jamás aparecía.

Sé que me has visto. Sé que me ves ahora, tallando en tu cuerpo las promesas más sinceras que mis manos hayan pronunciado. Eso no se echa de menos.

Como tampoco se echa de menos al burgués que mira desde la piscina y se gradúa y se preocupa por su futuro detrás de una suave cortina de Simon&Garfunkel. Ese no.

Pero sí extraño al payaso, al que sabía volar, inventar mundos mejores, perder el miedo y mirar hacia adelante, hacer del vértigo un huracán que estalle tus besos contra mi pared y se quede estrujado, inmóvil en la suave mezcla de arena y barro, en esa indescifrable batalla donde sin saber cómo, dos siempre ganan.
Quizás sea eso. Quizás no sepa qué es lo que echo de menos, o de más.

El pasado es un oficio difícil de aprender, desde el mismo momento en que se vuelve inaprehensible.







sábado, 13 de marzo de 2010

La última carta





Una vez más, Jorge miraba al frente y contemplaba tras el cristal de sus lentes, aquel de la ventana que lo separaba de la noche. Miraba una y otra vez la hoja, en un acto que ya casi parecía un rito. Llevaba meses buscando las palabras. Tenían que tener esa exactitud borgiana que para el resto de los mortales a veces constituía una perfecta excusa para no hacer nada. Respetable: la perfección era un anhelo loable si de buena expresión se trataba, pero el borroneo posterior y la pasividad siguiente y prolongada se acercaba bastante al sacerdocio. Tenía que encontrar las palabras. Todo era palabras. Llevaba meses buscándolas y sin embargo, no aparecían. La luna lo miraba con compasión detrás de una burla que jamás se mostraba. Él buscaba respuestas. A veces todo no sólo tenía que ser exacto, sino que también tenía que tener respuesta.

Esa carta era su alienación hecha papel. De momento, papel en blanco (ergo: seguía en el mismo sitio, siendo ni más ni menos que sí mismo). Uno tras otro apagaba cigarros, bebía café, sumaba lesiones en el duodeno que recién podía ver tras animarse a una endoscopía.

Tenía que conseguir ese alter ego desprenderse como una nueva ventana en el explorador de su computadora. Tenía que haber algo que se escindiera de la racionalidad en su persona, tenía que haber una creación para la cual solamente hubiera explicaciones sentimentales, y por ende, falta de raciocinio.
El amor es ciego, dijo Shakespeare. También podría ser irracional, o no, llegó a escribir. Pero se perdía en su laberinto y no encontraba más salida, con lo cual sólo había logrado poner un poquito más de basura en su discreta papelera de escritorio.

Epifanía: apareció la primera palabra. Laura. Sí, Laura. Y no se detuvo por un rato.


¿Dónde estarás ahora? ¿tenés todavía ese pelo suave, oscuro y largo tendiéndose en tus hombros? Me aterraba tu belleza, Laura. Era una excitación insoportable, una suerte de pedido inexorable de realizar a cada paso una maravilla que cuadrara con la sombra de tu espalda. Y la extraño. No me preguntes cómo, pero la extraño. A veces, en esas noches de soledad (ya no me averguenza decir que son todas), necesito tu tacto. Me revuelvo entero imaginando otra vez la sombra, como ahora la luna sobre mí, sobre tus hombros suaves, y ese pelo casi publicitario, y tus pechos firmes y suaves… pero no puedo más que eso. ¿Por qué es así la mente, Laura? ¿Por qué? ¿Por qué seguimos jugando a pensar que todo tiempo pasado fue mejor? ¿o eso sólo lo piensan quienes no pueden disfrutar el presente?


No hace falta decirlo: Jorge era de esas personas que parecían simplemente durar en vez de vivir. Una suerte de auto consuelo lo invadía cada vez que recordaba su pasado. Allí encontraba altibajos, en los cuales aparecían nuevos sustantivos. Sí, sustantivos propios. Que de repente se trastocaban, por eso, a las 3.15AM de esa insoportable noche de febrero, la pluma se retorció tanto que empezó a escribir otro nombre (pensó en Borges otra vez: el hombre se anima porque el metal se anima, yo me animo porque la pluma se anima, ¿seré hombre yo también?).


Paula. Sí, Paula.


Sería tan bello verte desayunar. Que frágil y dulce eras en ese simple acto de comer. No te importaba mancharte la boca con café en aquel hotel de Mar del Plata con las sábanas apenas cubriendo tu espalda inmaculada. Ni siquiera mis manos podían empañarla,¿te acordás? Dormías como bebé cada vez que me recostaba sobre ella y besaba tus mejillas, que siempre me acordaba de destacar. Y despertábamos religiosamente en la misma posición, como si el mundo se detuviera entre nosotros.

Qué cursi suena esto, pensó. Y sí, a veces hasta la vida es cursi.


Y como no pensaba volver a escribir otra carta, no se preocupó por la superposición de nombres en su contenido.

Y así siguió.








El despertador mostraba las 8. Hacía meses no dormía así. Se había quedado igual que en los tiempos de Paula: dormido encima de una almohada doble que reemplazaba el cuerpo de aquella mujer, que solo recordaba por recuerdos de recuerdos, y siempre en esa posición.
El raciocinio volvía a invadir el palacete. Tanta cafeína en sangre que ya había olvidado lo que era cerrar los ojos antes que la maldita luz del alba le recordaba que seguía viviendo en otro tiempo. La costumbre. No la perdemos nunca, pensó. Y si la perdemos, así quedamos.
Intentó retomar el último párrafo de la carta pero ya no pudo. Ni siquiera buscó la perfección, ni las palabras justas, ni las cursis ni aquellas que no lo eran. Continuó en la otra hoja, como si su recuerdo fuera a llenar alguna vez las letras que faltaban. Al fin y al cabo, todo era recuerdo, ¿qué importaba que el papel le recordaba que seguía allí, vivo en Mar del Plata, en una casa que tenía más de sótano que de aquello que los sociólogos solían llamar impunemente hogar?

Todo importaba. Todo tenía que importar, aunque así no fuera.

Sofía. Sí, Sofía.


Si te dijera que has sido la mujer entre las mujeres, ¿me creerías? Sofía. Ni Platón te hubiera imaginado tan amorosa. Ojos de brújula, equilibrio, equilatero perfecto. De cada costado faltaba ni sobrara nada. Porque yo no quería. Eras simplemente mi perfección. La misma que ahora busco Sofía. No importa si te mudas, no importa si nunca más me llamas, no importa si no ves que te extraño porque seguramente ya no estoy, nada de eso importa.

Tenía que decirlo, Sofía. Sino, nunca iba a romper esta rutina. Y tengo que hacerlo.

Volvió a pasar la hoja, llenando con su mente lo que no escribía y cambiaba de hoja.
Pero hasta vez hasta cambió de pluma.

Es cierto, sí. Cambié mi rutina. Pero no lo hice. Sólo cambié lo poco que recuerdo de ella. Porque ella eras vos, Laura. Eras vos, Paula. Y sobre todo vos, Sofía.

Yo soy todas ustedes, y seguramente algo de ustedes también soy yo. Pequeña diferencia, ¿no?

¿Qué decirles?


Cerró el cuaderno con la pesadumbre de un recién jubilado en una tarde de domingo.
No se le habían acabado las respuestas, se le habían acabado las preguntas.

Sólo allí descubrió que el pasado se había ido, igual que el último tren del día a Buenos Aires. Si todo era presente, entonces todo era nada. Nada valioso, al menos. Nada que ameritara seguir elucubrando palabras, perfecciones, razones o respuestas.

Miro al ventanal una vez más, con los ojos vidriosos del vaso de vodka, con la tristeza de Paula cada vez que la mostraba, y los ojos se le ponían como si hubiera bebido, y su único alcoholismo eran los desayunos sin despertador. Y sonrió con la picardía de Laura cada vez que terminaban de hacer el amor profusamente, y se amargó con la misma mirada que le regaló Sofía el día que se fue a París.
Volvió al papel, no pudo evitar abrirlo. Leyó cada palabra cientos de veces. Compulsivamente comenzó a cambiar las frases, a intercambiarlas, a superponer adjetivos, nombres, intercambiarlos, borrarlos y escribirlos nuevamente.

No quedaba perfección, ni exactitud. No quedaban respuestas, menos aún, raciocinio.
Sólo recuerdos. Lo mismo que creaba, destruía, y volvía a crear. Al fin y al cabo, no había carta, sólo recuerdo, solo pasado.

Nada quedaba de aquella carta.

Y sin embargo, era la última.



miércoles, 10 de marzo de 2010

Podría ser





Contando monedas para comprar cigarros,

regreso a mi casa, sumando derrotas.

Vuelvo sin excusas, sin paz ni trabajo,

y a nuestro futuro le arrancan las horas.

Y en casa me espera

mi razón de vida,

el calor de hogar.

Llevo la vergüenza,

las manos vacías,

la precariedad.

Ella sonreirá, "saldremos adelante".

A pesar del tiempo sigue siendo bella.

La miro y recuerdo. No siempre los planes

salen como sueñas, eternas promesas.

Estoy cansado

de tropezar siempre,

del “ya le llamaremos”.

Quizá mañana

cambien nuestra suerte

y acabe este invierno.

Podría ser jardinero en Marte,

médico de flores, poeta ambulante

deshollinador volando en tejados,

probador de espejos, o pirata honrado.

Quisiera ser hombre al fin al cabo.

Podría ser quizá delineante

de columpios rojos, un gran nigromante,

un cantor de nanas, quizás buhonero,

y vender palomas, pócimas y ungüentos.

Pensándolo bien, me conformo con menos.

Enchufo la radio, no habla de nosotros.

La luz de la aurora se vierte en la acera.

Ella me da un beso, yo me hundo en sus ojos.

"Suerte" me susurra y cruzo la puerta.

Fuera quizá encuentre

por fin la respuesta

o mi exculpación.

Llueve mientras sueño,

quizá cuando vuelva

haya salido el sol

Podría ser cartero de Neruda,

pescador de estrellas, navegando en la luna,

piloto de cometas, explorador de abismos,

quizá recolector de gotas de rocío.

Quisiera ser un hombre, es poco lo que pido.

Podría ser quizá delineante

de columpios rojos, un gran nigromante,

un cantor de nanas, quizás buhonero,

y vender palomas, pócimas y ungüentos.

Pensándolo bien, me conformo con menos.

Podría ser jardinero en Marte,

médico de flores, poeta ambulante

deshollinador volando en tejados,

probador de espejos, o pirata honrado.

Quisiera ser hombre al fin al cabo.




Ismael Serrano

Album: Acuerdate de vivir
(Sale el 8 de abril en Argentina)



lunes, 1 de marzo de 2010

No le creas




No le creas a la noche

cuando te diga que falté a clase,

no mires hacia atrás

si no sabés dónde miraste


No corras más que lo necesario,

no enciendas la luz al llegar

porque me gusta adivinar,

no taches el calendario


No le creas al alba

si te dijo que partí,

que no conoce las migajas

de tu pan y tu maíz


No me cantes sin sueño

que nunca supe despertar,

cuando te encontré en mi puerto

subió la marea del mar


No le creas a la luna

porque no llegas con escaleras,

y aunque no lo creas, estrellas

como vos no hay ninguna