No recuerdo el
día exacto en que te conocí, pero sí recuerdo que era más joven, más que ahora
(menuda obviedad). Sonaba una guitarra de fondo que atrajo mi atención y mi
madre me preguntó, absorta: “¿no conocés a Paco de Lucía?”.
Debía tener 18 años. Desde entonces cada tanto, en esas tardes donde uno necesita algo de paz, la compactera se abre e ingresan ciento cuarenta y siete arpegios irreproducibles en otras manos.
Sí recuerdo la
última vez que oí tu música. No fue de tus manos. Andaba perdido por alguna
callecita de Barcelona, cerquita de la catedral, pasando la Placa del Rei o
Jaume I, no lo recuerdo. En una esquina de esas calles viejas, angostas, más
guapas que la madre patria misma. Un muchacho tocaba una guitarra
(evidentemente) española. No era la primera vez que lo escuchaba, la melodía no
me era muy conocida y seguí caminando. Serían cerca de las siete, porque
todavía no era de noche. Llegaba a la esquina y tuve que volver corriendo,
porque sonaba una maravilla de ese tal Paco, y la vida se hacía canción,
música, magia, o algo así.
Algo como esto:
Algo como esto:
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