Ya era demasiado tarde como para ocultarlo. Detrás del último vaso de ron, Carlos, con los ojos vidriosos, derramó la última lágrima sobre aquel bar a oscuras de la calle Piedras. Las mismas piedras que cargaba hacía muchos años. Esquivas, rugosas, impúdicas, esperando el primer tropiezo para dar una punzada certera al medio del pecho y mostrar la verdad implacable, serena y simple como cualquier otra.
Las piedras se transformaban en puñales, un gran efecto boomerang moral que devolvía en contra todo aquello que no se había dado. Así había vaciado varias botellas (un hábito ya -¿o una adicción?) dejando caer lágrimas que pesaban más y más a medida que caían en la grieta de los años.
Pasó su vida como una película. Carlos pensaba que eso solamente sucedía precisamente en esos largometrajes que se miraban desde butacas duras de cine barato del centro de la Capital, allá por los ’70, entre viejas canciones de Silvio guardadas en un cassette escondido en una caja de zapatos, adentro de una bolsa de nylon disimulando con sorprendente maestría el contenido subversivo del elemento; con banderas rojas volando en el aire y con el sueño en la boca queriendo gritar libertad, aunque esta no fuera más que una utopía, sí, aquella luz que siempre alumbra y jamás se alcanza; los boletos de tren del viejo, el overall sucio y la cultura de overall; un grito peronista sin ser partidario, una vieja biblioteca con apasionantes y absurdas discusiones sobre la nada, el ser y Dios y la crítica de Kant y la crítica de Marx a las viejas tesis de Feuerbach, la comunidad ilusoria. Y ahora los tamangos del viejo, y el laburo, y la vida yéndose en un discurso.
De repente se apagó todo su cine. Su vida se había estancado allí. Mirando tanto atrás se había olvidado de proyectar cualquier otro futuro posible.
Ahora su vida se agrietaba tras su espantosa confesión, casi borgiana: maté a todos mis hijos, mate a todos mis hijos, gritaba aterrorizado y borracho corriendo por el bar de forma ridícula y temerosa.
A nadie le sorprendió encontrar un pequeño aviso en el diario al día siguiente:
Díaz, Carlos. Tus hermanos te recuerdan
Ni siquiera a los viejos amigos de aquel oscuro bar de la calle Piedras, porque hacía rato que todos habían huído de la Capital.
3 comentarios:
Por suerte me cure de esto… de vivir en el pasado, de meterme tanto en el papel del que fui y no ver hacia delante. De que la vida sea una película vieja, del encierro
Por suerte veo la luz, y la luz es difusa, y se ve lejana a veces pero esto no implica que no este dispuesto a alcanzarla. Aunque sea una utopía, pero como dijo el Nano… dulce como el pan nuestro de cada dia
Me gustó mucho tu texto Facu, un placer leerte
Cuñado Facundo, le queria comentar que he leìdo lo escrito.
La verdad, que no sabia que escribias taaannn bien... Me encanta!!!
Yo también escribia ( con su defecto escrbio, no tanto como antes, peros si)... Pero nunca me gustò del todo, me falta mas lectura ( si se puede decir)
Pero vos podrìas publicar un libro eh...
=)
Gracias por escucharme y aconsejarme!
Lo quiero muuuchoo!!!
ESCRIBI ALGO.. QUE ME GUSTARÌA QUE ME DES TU OPIÑON.. SI TE GUSTA O NO!!!
ABRAZOTES.... ME VOYYYYYYYYY A MAR DEL PLTAAAA, ESTOYYY FELIZZZZZZZ
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