Andábamos, como dijo uno, “sin mapas ni candados”, pero también sin llaves ni brújulas. Convencido de que los cuentos de hadas se habían inventado para estas últimas, y como no existían, ergo, no había nada que buscar detrás del néctar de palabras, de ilusiones, de recovecos de utopía donde algunos antaño decían que giraban su coche para aparcarlo, estacionarlo aunque más no fuera algún tiempo.
Andábamos en una suerte de coche sin respaldo, haciendo inversiones, emitiendo moneda en la ciudad del amor, y éste se había llevado todas las reservas: el porcentaje de inflación de tristeza y hasta temor, ese fantasma que acecha en las esquinas con cara de pasado, era, digamos, alto.
Andábamos en el segundo o tercer sueño, ese que levanta nada más que espuma, y deja las olas al otro lado. Como aquel título, la vida era sueño. Sueño literal, sueño de esos de los que más vale despertarse o las hojas de la vida te llevan en escoba. Esos que no se sueñan, porque no se recuerdan.
Andábamos con el pasado vestido de vagabundo en plena ceremonia. Andábamos perdidos en la nebulosa de la fe, esa esperanza por lo menos rara que se tiene porque se tiene.
Algo de eso debía haber porque sino tu voz no se hubiera colado entre mis huesos con esa brisa tan leve y femenina que llegaba de tu boca. Ni mis ojos se hubieran tildado sobre los tuyos en tu monitor de alto brillo, ni mi memoria se hubiera vuelto atrás junto con mi cabeza para mirarte una vez más mientras bajabas las escaleras del subte, y yo buscando una vez más el acceso directo de tu risa, la tuya, sí, y la mía, la que me habías devuelto. Ni mis labios me hubieran dicho por favor, pedile otro, tras cada beso que me dabas, con tus ojos de café clavados en los míos. Ni mis manos se hubieran puesto el piloto automático para rodear tu cintura en cada esquina, aunque el semáforo pidiera lo contrario.
¿Recuerdas?
Pocas cosas tan gratas como mirar atrás en la memoria, en el acceso directo, en mis huesos, mi boca, mis manos y mis ojos. Hablarles en secreto y hacerles preguntas como un niño curioso y que sigan respondiendo lo mismo, y más. Dicen que no tienen que hacer memoria, ni repaso, porque lo que yo busco en la memoria, dicen, ellos lo buscan en el minuto anterior en el que te vieron. Y se sorprenden escuchando mi pregunta, como si hubiera que ir a buscar algo que se fue y no aquello que sigue estando.
Ahora bromeo y me río de ellos, porque pareciera que el paso del tiempo les es inmune, y yo ya conté un año y medio. Y ellos me miran como diciendo, dejalo, no tiene cura.
Algo de razón tendrán, porque al verte ir al trabajo subiéndote en aquel coche, espiándote desde tu balcón, ya les estoy preguntando cuándo vuelves.