Soy la palabra que no espera
el ruido que hace hablar a tu silencio
el nudo de la cinta de tu pelo
la mirada que quiere subir a tu marea

El canto de esperanza en el asfalto
los dedos torpes que sueñan con tu espalda
las amarras de un barco encallado
el asesino sin culpa ni redada

Desde mi ventana

Desde mi ventana

viernes, 29 de enero de 2010

Acá cerca no hace tiempo






En un banco del parque hallé

la llave que cierra el Edén

donde el tiempo riega tu rosal



Parecen tan lejanos los tiempos donde la calma esperaba detrás del amanecer de las puertas, como un cisne asustado mirando a la gente a través del agua clara. Tu mano giraba al compás de tu muñeca con alguna melodía que aún no me parecía descifrable, y no porque te molestaras en ocultarlo, sino porque simplemente la desconocía.

Ni mis ojos ni los tuyos sabían que podíamos perdernos en el abismo que supone llegar al fondo de ellos, y bendito el cemento que embadurna nuestras calles.

Bendito el suelo donde piso y tu mano toma la mía, y tu cintura es mi muelle, tu pelo un ramo de rosas, tu mejilla un puerto almidonado.

Parece tan cercano que te ame y que me ames, que el misterio huya despavorido y nosotros estallemos de risa incontenible a la luz de una tarde de enero.

Que la siesta encuentre partenaire y las sábanas murmuren alguna delicia indecible.
Que la cena cante bingo cada vez que te ve llegar al plato.

Bendito que todo parezca tan de ayer, tan de hoy, tan de mañana.


Porque aquí no ha pasado ni pasa más que nosotros





http://www.youtube.com/watch?v=iqfOjeNys1s

domingo, 3 de enero de 2010

Detrás de un vidrio oscuro



Ya era demasiado tarde como para ocultarlo. Detrás del último vaso de ron, Carlos, con los ojos vidriosos, derramó la última lágrima sobre aquel bar a oscuras de la calle Piedras. Las mismas piedras que cargaba hacía muchos años. Esquivas, rugosas, impúdicas, esperando el primer tropiezo para dar una punzada certera al medio del pecho y mostrar la verdad implacable, serena y simple como cualquier otra.

Las piedras se transformaban en puñales, un gran efecto boomerang moral que devolvía en contra todo aquello que no se había dado. Así había vaciado varias botellas (un hábito ya -¿o una adicción?) dejando caer lágrimas que pesaban más y más a medida que caían en la grieta de los años.

Pasó su vida como una película. Carlos pensaba que eso solamente sucedía precisamente en esos largometrajes que se miraban desde butacas duras de cine barato del centro de la Capital, allá por los ’70, entre viejas canciones de Silvio guardadas en un cassette escondido en una caja de zapatos, adentro de una bolsa de nylon disimulando con sorprendente maestría el contenido subversivo del elemento; con banderas rojas volando en el aire y con el sueño en la boca queriendo gritar libertad, aunque esta no fuera más que una utopía, sí, aquella luz que siempre alumbra y jamás se alcanza; los boletos de tren del viejo, el overall sucio y la cultura de overall; un grito peronista sin ser partidario, una vieja biblioteca con apasionantes y absurdas discusiones sobre la nada, el ser y Dios y la crítica de Kant y la crítica de Marx a las viejas tesis de Feuerbach, la comunidad ilusoria. Y ahora los tamangos del viejo, y el laburo, y la vida yéndose en un discurso.

De repente se apagó todo su cine. Su vida se había estancado allí. Mirando tanto atrás se había olvidado de proyectar cualquier otro futuro posible.

Ahora su vida se agrietaba tras su espantosa confesión, casi borgiana: maté a todos mis hijos, mate a todos mis hijos, gritaba aterrorizado y borracho corriendo por el bar de forma ridícula y temerosa.

A nadie le sorprendió encontrar un pequeño aviso en el diario al día siguiente:

Díaz, Carlos. Tus hermanos te recuerdan

Ni siquiera a los viejos amigos de aquel oscuro bar de la calle Piedras, porque hacía rato que todos habían huído de la Capital.