Decía Sacheri que le gustaba escribir sobre
fútbol porque era una buena excusa para no hablar sobre fútbol sino sobre la
vida. ¿Será por aquello de que se juega como se vive? No lo sé, pero ¿qué hago
yo pensando en Di María, entonces, en otra noche de insomnio?
El fideo, como corea ahora la tribuna del
Monumental a cada pelota que toca, no siempre se encontró con el éxito. Tuvo,
sí, momentos memorables, como esa corrida bajo un sol imposible que acá vimos a
las 3 de la mañana desde la otra punta del planeta, pegándole de tres dedos y
de emboquillada para clavar el gol del triunfo y del primer oro olímpico. O la
reciente (muy parecida) por sobre la salida del arquero brasilero con el que
ganamos la bendita Copa América. O el agónico gol contra Suiza en octavos de
final en el segundo tiempo del suplementario, cuando todo parecía perdido.
Sin embargo, cuando pienso en Di María, siempre
recuerdo una frase del Chavo Fucks en el medio de un partido de la selección,
bastante timorato: “el problema de Di María es que no tiene criterio”. Nunca
mejor dicho. Fuera de esos arranques exitosos, uno veía al pobre fideo chocar
una y otra vez contra los rivales. O aún peor: gambetear solo de toda soledad
hasta el final de la cancha para (¡recién ahí!) darse cuenta que nadie lo
seguía. La escena se repetía varias veces en casi todos los partidos. Yo,
claro, lo puteaba, aunque sentía un poco de pena cuando lo miraba y veía desde
la tele su misma frustración, mezclada con su tenacidad a prueba de balas y su
pasión por la camiseta.
Entonces, después de mis múltiples relatos
chocando contra el mismo defensor o encontrándome solo al final de la cancha
sin entender por qué nadie me sigue para tirar una pared, la licenciada me
pregunta: “¿por qué seguís insistiendo en ir a donde no tenés lugar?”. Yo me
suelo quedar en un silencio exasperante, murmurando que no lo sé. Después
recuerdo al Chavo y pienso que quizás, como Di María, yo tampoco tengo
criterio. Que sigo insistiendo en que me vas a corresponder con tu sonrisa y yo
le voy a dar suave, con zurda precisa a tu segundo palo y seguiremos en juego
en un abrazo agónico que nos devuelva la alegría por un rato, mientras alguno
en la popu vocifera: “¿viste? ¡era por abajo!”.
O porque quizás se ama como se vive y yo
todavía no aprendí a pedir el cambio. Ni a colgar los botines.
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