Sucede todas las noches en casi todas las
calles
pero anoche me sucedió a mí en la mía
camino al kiosquito de la vuelta
de esos gauchitos que cierran tarde
y que lo atiende la copada que, creo, se llama
Inés
Caminaba apurado, como siempre,
con paso cansino, arrastrando los pies
y el ruido de la suela se escuchaba en el
silencio de mi calle.
Tanto, que a pocos metros la única persona, una
mujer
lo advirtió y dándose vuelta me miró y aceleró
el paso.
Tanto, que casi trastabilla por volver la vista
atrás.
Y cruzó de vereda en diagonal casi en la
esquina
en rojo, sin mirar siquiera los semáforos.
Me dieron ganas de gritarle que no muerdo,
que no le iba a hacer nada,
que sólo camino así por ansioso,
que voy al kiosco de la vuelta a buscar una
latita de birra
cuando la noche duele un poco.
Inés me cobra con su amabilidad habitual
y yo vuelvo apurado, arrastrando los pies
pensando que todo está mal.
Que ninguna mujer, a ninguna hora, en ninguna
calle, por ningún motivo,
debería irse corriendo por miedo de un hombre.
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